Mi intención siempre fue cazar. Mejor
dicho cazarlo y sentir ferozmente que está rendido ante mi seducción. Las mujeres
sabemos cuando queremos cazarlo pero solemos tomar una decisión que implica el
camino largo, el de la Caperucita previsora, lleno de vueltas, histeriqueadas y
desvirtualidades del objetivo. Algunas pocas elegimos el camino corto que nos
lleva derecho a lo que queremos.
El camino corto, en mi caso, tenía que
ver con un tapado blanco. Blanco y largo, casi hasta los tobillos.
El camino corto es el que me lleva hasta el lobo feroz. Nunca quise evitarlo ni esconderme. Encontrarme en el bosque
cara a cara, o mejor dicho, escote o cruce de piernas a cara boquiabierta; esa
es mi misión. Me gusta provocar al planeta supuestamente encarador y me aburre
llegar al hogar de buena ley, con los pastelitos ilesos sin haber al menos
teteado un ratito con el lascivo lobo y ver que tal tiene los dientes.
Era una mañana de viernes hace algunos
años cuando encontré en un local de la calle Pampa y Arcos, en el barrio
porteño de Belgrano, un solitario tapado blanco largo hasta los tobillos y de
una caída adaptable a una curvilínea silueta femenina. Para mi fortuna, el
tesoro estaba casi a precio de saldo: según la vendedora, había sido rechazado
durante dos temporadas. Me contó que las anteriores aspirantes, cuando ya lo
habían probado y modelado, se retraían argumentando que el blanco es sucio, es complicado
poder usarlo, tanto blanco me hace lucir cual novia de invierno, que el blanco
es de verano y en el verano no usaría tapado, que me hace gorda. Pues bien, yo
no había pensado en nada de eso y casi sin probarlo mucho y sin importarme que
sus anteriores frustradas dueñas lo hubieran manoseado un poco, lo compré.
No se lo mostré a nadie, a ninguna otra mujer, ni amiga, ni madre, ni
vecina, ni compañera de trabajo. No tenía ganas de escuchar frases parecidas a las que había
tenido que soportar aquella pobre vendedora durante dos largos años.
El Señor Tapado Blanco ya era mío. Blanco, largo y de botones dorados marineros. Yo lo había
comprado como oferta, Yo lo había ocultado como pecado y Yo lo habría de usar como arma en el lugar y
momento correctos
Ahora sí podía comenzar a vivir el cuento. Salir al
bosque y llevar los pastelitos a la abuelita imaginaria; una buena excusa moral
para cruzar la arboleda en donde me acechaba el peligro tentador. Una minifalda de cuero
negro y medias negras oficiarían de dulces pastelitos. La canastita: un par de
botas negras, de caña bien alta y tacones no menos altos. De la cintura para el
cuello no importaba demasiado; sólo debía acorazonar mi escote a modo de dar
voluptuosidad a ciertos rasgos pectorales. El tapado largo sería mi caperuza,
la que se abriría en el momento correcto para que el lobo adivinase el
contenido de la canastita y los pastelitos. Así me encaminé por el bosque
urbano a cazar a un lobo. O varios. Esos inocentes animalitos tildados
injustamente como feroces, altaneros, arrogantes, vanidosos. Para bien o para mal, son
esos mismos los que suelen terminar a mis pies, despellejados. Son los que me
gustan.
Era una tarde - noche y hacía un frío
gélido en aquel invierno boscoso. Las otras aldeanas usaban tapados para protegerse
pero ninguna lucía uno de color blanco. Tampoco se habían engalanado con
canastitas y pastelitos como los que yo había preparado tan amorosamente. Entré
al bar y a los pocos minutos ya estaba empezando a ser olfateada y seguida por varios lobos que
buscaban acercarse con cualquier excusa. El elegido no sabía de mi metáfora caperucitense
pero al verme entreabrir mi tapado blanco y al relojear el contenido del mismo,
me mostró sus más tiernos ojos de lobezno cachorro. Si te arreglaste así para
venir, me dijo, me vas a hacer sentir como el lobo feroz frente a Caperucita.
Sonreí. El pagó mi cuenta y salimos. La cacería
(la mía) sería todo un éxito.
Muy interesante. Quiero saber como siguió!
ResponderEliminarAh, qué pregunta!
EliminarLinda historia y algunas reflexiones.
ResponderEliminarCualquier prenda de vestir no es para cualquiera. Hay que saber llevarla y lucirla.
Me gusta como planeas, llevas a cabo y disfrutas la cazeria.
Y lo mejor de todo es que el lobo, siempre creerá y se jactará con sus pares de haberte "levantado":
CarlosM
...y que equivocado está....
EliminarJaja! me encanta la historia. El macho siempre cree que es el el que conquista, pobre tonto...Siempre me resulto excitante el cuento de caperucita, me ponia como nerviosa.quizás porque a diferencia de La Cenicienta o Blancanieves no me identificaba con la princesa sino con lo que vestia caperucita, quizás ya me la imaginaba en mi tierna infancia como una dama fetish...Y además está la parte en la que el lobo se trasviste con las prendas de la abuelita jaja!!! Besos Mistress.
ResponderEliminarIncorregible gerita!!!!
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