lunes, 7 de octubre de 2019

Botiquín de amor londinense






   Hace ya varios años, en los primeros tiempos de este blog, escribí una columna titulada Botiquín de amor celta. En ella relataba apenas una anécdota sobre mi experiencia de comprar lencería erótica en la tienda británica Ann Summers ubicada en el centro de Edimburgo. Además de un gusto exquisito en lencería femenina, Ann Summers se especializa en una línea muy sensual de juguetes eróticos. No tiene aspecto de ferretería ortopédica, llena de objetos extraños y falos de diversos tamaños. Sus estanterías, percheros y misteriosos cajoncitos derraman para mi vista acharoladas prendas de lencería, recargadas de cordones, detalles de botonería y plumíferos accesorios…los colores que me envuelven son negro, diversos tonos de rosa, rojo, la gama completa de lilas y violetas y algo de blanco en tules y plumas.

   En cada una de mis visitas a las islas británicas, me las arreglé para ir renovando mi ajuar de lencería y accesorios sexuales con la línea de Ann Summers. La excelente calidad y el buen gusto erótico fue confirmando año tras año aquella primera impresión cuando escribí... No exagero si afirmo que sus productos deberían estar en el closet de cualquier mujer adulta que pueda comprarlos, más allá de su inclinación sexual. Ann Summers es un botiquín de amor sexual.

   Una de las más importantes tiendas londinenses de Ann Summers está en la calle Wardour, en pleno Soho londinense, entre restaurantes étnicos, pubs y discotecas LGTB. En una de mis últimas tardes de agosto, antes de emprender mi regreso a Buenos Aires, entré a la tienda sin ningún fetiche especial para satisfacer, simplemente para curiosear. La bella sonrisa de las dos jóvenes vendedoras negras me puso inmediatamente en modo sexy on. Mientras me distraía mirando extasiada la fina corsetería que colgaba de los percheros, mi cabeza comenzaba a procesar toda clase de fantasías lésbicas en las que yo era protagonista junto a las dos chicas.

   Si bien no llevaba puesto ningún atuendo fetiche y mi aspecto no era diferente al de cualquier turista latina en el caluroso Londres de agosto, fui derecho al gabinete de los accesorios Femdom. Tomé una fusta y me acerqué a una de la vendedoras que inmediatamente me sonrió y llamó a su compañera, como entendiendo que era lo que yo quería. No recuerdo exactamente que le pregunté además del precio pero inmediatamente me dieron a entender que por supuesto sabían muy bien de que se trataba y cuales eran mis gustos en sexo. Le comenté que en otra oportunidad había llevado de otro local de Ann Summers una fusta en forma de corazón aunque casi siempre utilizaba fustas de equitación y de polo porque me gustaba el ponyplaying. Dicho esto, les señalé a mi esclavo marido que intentaba pasar inadvertido contemplando la corsetería. Las tres nos reímos y me pareció que bajo las largas pestañas, los bellos ojos de las chicas brillaron más cuando les confesé que lo que más buscaba en ese momento era algo especial para vivir momentos íntimos entre mujeres.

   Lo que siguió por unos breves minutos que me parecieron eternos fue la ilusión de jugar con dos bellas sumisas negras en pleno Soho londinense, el barrio en donde durante la época victoriana nació el Femdom tal cual lo conocemos hoy. Sin ningún reparo, la mayor de las dos fue a buscar otras fustas, las desplegó delante mío y se esmeró en explicarme las diferencias entre los distintos modelos, permitiéndome hacerlas chasquear sobre sus manos y ofreciéndome las nalgas de su amiga. Fustazo va, fustazo viene, las risas entre las tres brotaron y se expandieron cual Big Bang sado por todo el local. Después de unos ensayos y temiendo excederme en mi excitación, me decidí por un fino modelo muy femenino rematado en plumas en vez de cuero, pensado para dar caricias en lugar de azotes. Le agregué a mi compra unas medias stockings de brillante latex y algunos pares de medias de red.






   You have to pay, le ordené a mi marido que, obediente como siempre, puso la tarjeta bajo la mirada pícara y sonriente de las chicas. Las saludé arrojándoles un beso, les prometí volver pronto y ellas me desearon un feliz regreso a casa. Si hace años aquella tienda de Edimburgo fue para  un botiquín de amor celta, gracias a mis dos vendedoras de amores, me llevo de mi ultimo viaje un recuerdo muy sensual de un botiquín de amor londinense.


4 comentarios:

  1. Una experiencia muy excitante.

    Me gusta esta descripción que haces de los clásicos sexshop, donde todo parece de plástico e ideado por robots.

    Me gustan la galantería, la fina sensualidad, y el misterio velado; hasta que desenfundo la fusta.

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  2. Las situaciones equivocas tienen algo mágico. Es el reino de la ambigüedad, donde cada palabra, cada gesto, puede significar algo más. A medio camino entre la realidad y el sueño, son fantasías compartidas, sin que nadie pueda estar seguro, hasta dónde está involucrado el otro.
    En la situación que cuenta, las risas mostraban que todas eran conscientes de la sensualidad que estaban viviendo, pero sin que nadie pudiera determinar la forma exacta que tomaba en la mente de cada una.
    Como en un juego de espejos, la escena ambigua que Usted vivió con las vendedoras, se replica en las fantasías de quienes lo leemos aquí. Puede haber distintas interpretaciones, puede llegarnos un poco más o un poco menos, pero detrás del caleidoscopio de formas y colores, y de las palabras que elija cada uno para pensarlo, seguramente todos construimos un concepto parecido en nuestras mentes. Usted, las vendedoras, y nosotros, Sus sumisos admiradores.
    Ama Roxy y Sus dos esclavas negras.
    Sissy Daser

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    Respuestas
    1. Es notable como mis fantasias se replican en las dos chicas del local y como a su vez, se replican, como en una reaccion en cadena, en mi preciosa Sissy Daser, toda una princesa en guantes y anillos.

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