Cien años atrás, el 14 de julio de 1916, el poeta
Hugo Ball leyó un manifiesto frente a los asistentes del Café Voltaire de Zurich.
La ciudad se había transformado en un hervidero de intelectuales y artistas
procedentes de toda Europa, por obra y gracia de la neutralidad suiza en la
primera guerra mundial. El movimiento al que Ball daba formalmente inicio había nacido de las reuniones en el propio Café
Voltaire y se denominó dadaísmo. Su hermoso y utópico objetivo era hacer tabla
rasa con todo convencionalismo artístico y moral. Con su proclamación de que
toda obra humana podía ser considerada como arte, precursor del pop art, de los
happenings masivos y de los movimientos contraculturales del siglo XX, Dadá
cuestionaba el concepto mismo de arte en un intento supremo por liberar la
creatividad humana de toda restricción.
Mientras tanto en Nueva York, Marcel Duchamp, el
pintor francés que había huido de la guerra como tantos otros, se había
convertido en el referente de otra efervescente movida cultural. En 1917, la
Sociedad de Artistas Independientes a la que Duchamp pertenecía, organizó una
exposición de arte sin premios ni jurados. Allí Duchamp presentó una obra que
lo haría célebre. Firmó un urinario con el pseudónimo R. MUTT y lo envió a la
exposición con el título de Fuente.
Así fue como Duchamp y su grupo comenzaron
a ser conocidos como los dadaístas de Nueva York. Para 1919, Duchamp realizaría
su ready made más famoso: los bigotes y la barba sobre la Gioconda, titulada L.H.O.O.C.
que significa Elle a chaud du cul (Ella tiene el culo caliente). Así Duchamp dinamitaba el
respeto histórico por el arte, por aquello que se exhibe y se estima como arte, usando un procedimiento simbólico para quitarle
valor histórico.
Un siglo después, el BDSM nos encuentra navegando
en una corriente de sexualidad Femdom que también explora formas de dinamitar en
forma simbólica los valores patriarcales que solemos tener incorporados como
propios en nuestra sociedad. Los hombres siempre necesitaron controlar la
propia inseguridad de no poder satisfacer sexualmente a la hembra y enfrentados
al abismo del temor, no suelen encontrar mejor método que intentar controlar a
la misma hembra. La dominación femenina no sólo rompe todo control sino que propone
recorrer nuevas superficies de placer
como el cuckolding y la sissificación, que juegan con el tabú de la ruptura de la identidad
masculina
tal como ha sido vista históricamente.
El cuckolding pone en juicio la capacidad del hombre para poseer a su
esposa en su
doble acepción de ser el único capaz de llevarla hasta el orgasmo y de ser el único
autorizado a poseerla como algo propio que jamás puede cederse porque se
necesita dormir con la seguridad de que los hijos (los futuros herederos) son
de su sangre. Enfrentando estos temores tan ancestrales, la esposa cuckoldress es
libre para gozar de los hombres que la atraen incluso en la presencia del
marido cornudo; a veces él debe acompañarla en sus correrías haciendo de chofer
o criado, limitado a un rol secundario o simplemente observando.
En el
sissismo, el sumiso es vestido de mujer haciendo entrega de la actitud viril que
está asociada a la dignidad del varón. Así como la chica cross se dedica a
perfeccionarse como mujer sin que haya necesariamente una excitación erótica de
por medio, las sissies son sumisos feminizados
por una Dómina mujer con un necesario nivel de forzamiento sexual que puede
incluir escenas de sodomía, humillación, ridiculización y prostitución forzada.
En la petticoat discipline (disciplina en enaguas) la sissy goza y se
complace en entregarse para ser usada por la mujer sádica que la domina como
mucama o putita, destruyendo en forma ritual toda relación con la clásica imagen
masculina.
En esta semana en que se cumple un siglo de aquel manifiesto de Zurich que dió impulso a todo un movimiento que fue artístico y revolucionario a la vez, quiero afirmar que al
celebrar nuestras sesiones, las dominatrices estamos haciendo mucho más que entregarnos
al goce sádico de los sentidos. Al estar nuestros rituales tan cargados de
simbolismos, nos hemos convertido, quizás sin saberlo, en las modernas
dadaístas del sexo. A lo largo de los años, entre orgasmos y risas, hemos transformado
a los cuerpos humanos sumisos en orgiásticas obras de arte que encubren sutiles
operaciones de desmonte de todos los convencionalismos patriarcales. A cien años del nacimiento de Dadá, creo que
Hugo Ball y Marcel Duchamp estarían muy orgullosos
de Nosotras.