martes, 21 de octubre de 2025

La sumisa. The Night Porter (1974)

 



   The night porter, la película dirigida en 1974 por la italiana Liliana Cavani, nos adentra en la Viena de 1957 y en la historia de Max (interpretado por Dirk Bogarde), uno de los empleados de un hotel en el centro de la ciudad, y Lucía (Charlotte Rampling), la esposa de un director de orquesta que acude a alojarse en dicho edificio. Pronto somos testigos del problema principal: ella reconoce en Max, el portero de noche, al oficial de las SS que fue su torturador cuando fue encerrada en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. 

   Aunque al principio se reciben con temor, pronto empieza entre ambos un idilio adúltero, clandestino y sadomasoquista que plantea los delicados límites entre el poder y el deseo. Cuando en la ópera, Max y Lucía se miran, uno supone que él teme que ella lo delate. La expresión de la joven es como de sorpresa o terror incómodo, próximo a la ira. Pero cuando su marido se va del hotel, rumbo a Frankfurt, en la suposición  que Lucía lo alcanzaría días después, lo que ella hace es mudarse al departamento de Max.




   Lucía abre el armario y ve la chaqueta de oficial nazi de Max. Ella saca de su maleta un vestido que había encontrado en una tienda de antigüedades, muy parecido al que Max le ponía en el campo de concentración. Pocas escenas del cine han resumido con tanta claridad el poder del símbolo fetichista en una relación de dominación – sumisión. La incomodidad crece cuando se vuelve evidente que con Lucía a su merced, Max es de nuevo el oficial Maximilian Theo Aldorfer. Pero lo que verdaderamente provoca escozor es la convicción con que Lucía, que creía que su vida era otra junto a un marido amoroso y sensible, se da cuenta de que la autenticidad de su alma ha permanecido anclada en aquellos días, que ahora vuelven.

   Ya han tenido un reencuentro a solas, una especie de rabiosa y ardiente renovación de votos entre amo y esclava en donde ruedan por el piso de la habitación del hotel en medio de furor físico extremado. Fue filmado en una sola toma: Charlotte Rampling se negó a repetir la escena. Después él prepara café y se lo lleva a la cama y se lo da con una cuchara, sorbo a sorbo. Al mancharse la boca, él la limpia con los dedos con mucha suavidad. Y ella, como antes, vuelve a meterse sus dedos en la boca, como un pene que entra y sale durante una felación. Antes, en el campo de concentración, era él quien invadía su boca con los dedos mientras que ahora es ella quien agarra esos dedos y los chupa. Vuelve a ser su prisionera… o él es ahora el prisionero del deseo de ella?




   Mientras tanto, los antiguos compañeros de Max, ex nazis ocultos en la Austria democrática de los cincuenta, temen que este extraño romance levante el velo de sus secretos y desvele sus verdaderas identidades. Los acontecimientos, por supuesto, acabarán trágicamente. Ellos determinan que Lucía es una peligrosa testigo que no puede vivir y que Max es un irresponsable romántico. Pero él se empeña en mantenerla junto a sí. En el final Lucía se tira encima de Max, en el suelo, masturbándose contra su pelvis hasta que sobreviene el orgasmo. Cada uno de ellos descubre, a su modo, y con júbilo doloroso, que ha amado y ama al otro, a pesar de todo. Sólo les queda un último gesto de honor para terminar esta historia como empezó, rodeado de ese fetichismo de la ropa, de ese juego sadomasoquista al que han estado jugando todo el rato. Max saca del armario su antiguo uniforme y ella se pone ese vestido que tanto recuerda a su camisón de presa en el campo de concentración. Y de esta manera, caminando del brazo, con esa Catedral de San Esteban de fondo, con una Viena que antes y ahora más que nunca parece un decorado lejano y artificial, así salen a encontrar la muerte.

   Liliana Cavani lo confesaría posteriormente: lo que le interesaba realmente era explorar desde el cine la relación entre víctimas y verdugos. Quería explorar los claroscuros del subconsciente humano, pero también terminaría explorando un fenómeno que, curiosamente, iba a ser bautizado por primera vez el mismo año del estreno de la película: el síndrome de Estocolmo. Hoy, teniendo claro todas las definiciones y la terminología del BDSM nos preguntaríamos, en qué momento una relación sexual consensuada de dominación y sumisión pasa a ser abuso? Porque cuando se trata de pasión sexual, sabemos que los juicios morales deben quedar fuera.

   De verdad todos los juicios morales quedan fuera? Porque aunque atravesada por la angustia, los temores y el dolor, Lucia no deja de ser una sumisa voluntaria que sonríe siempre, porque se excita ante el reencontrado poder que Max ejerce sobre ella. Aquí hace su entrada la voluntad irreprimible de la sumisión femenina, que es una de las fuentes más grandes de la pasión erótica, donde el cuerpo de la mujer es cielo e infierno, memorial y olvido, santuario y pesadilla.

   La gran escena del film es el flashback en donde Lucía baila en el cabaret del campo para los oficiales, travestida de oficial nazi, con la gorra de las SS, los guantes largos, un pantalón de tiradores con el pecho desnudo, dejando ver su delgadez andrógina. Max, como premio, le ofrece en una caja la cabeza de un prisionero que la acosaba y la molestaba. Y entonces Lucia se transforma en una Salomé moderna, con la cabeza de Juan el Bautista a su lado. Ese baile, donde la sometida a su vez somete (humillada, ella también humilla) y se lleva un premio sangrante, constituye uno de los momentos más refinados y furibundos de la historia del cine, sólo comparable a la saga de Rita Hayworth y Glenn Ford en Gilda. Allí Lucía canta y baila Wenn ich mir was wünschen dürfte, de Marlene Dietrich y no sabemos si Liliana Cavani intuía que estaba dando el puntapié inicial a la mezcla fetichista de sexo con nazismo.




   En los años siguientes, la erotización del uniforme nazi fue usado por modas culturales contestarias como el punk, sexualidades alternativas como los leather gays y hasta hoy es muy difundido entre las dominatrices. Pero en los setenta, muchos críticos de cine, escritores e intelectuales calificaron a El portero de noche de pornografía nazi. El término que mejor definió el género es nazisploitation. Nazisploitation era un subgénero del cine escabroso y cuasi pornográfico de bajo presupuesto, en donde los nazis, muy a menudo mujeres, cometían toda clase de torturas y delitos sexuales sobre sus prisioneros; ejemplos famosos incluyen Ilsa, la loba de las SS (1975), Salon Kitty (1976) y La última orgía de la Gestapo (1977). A menudo se agrupa a El portero de noche con estas películas, a pesar de su calidad cinematográfica infinitamente superior.

   Cincuenta años después, la polémica sigue abierta. En estos tiempos tan políticamente correctos y con tantas organizaciones sociales listas para ofenderse y cancelar obras y autores que no acceden a someterse a lo establecido, podría filmarse El portero de noche?







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