La revista Tacones Altos, versión española de la estadounidense Leg Show, fue en la Argentina una
verdadera Biblia del sexo fetichista en idioma castellano allá por los años
noventa. En uno de sus números mensuales del año 1998, su editora Dian Hanson nos preguntaba, desde el
título de su columna "Que hiciste tú
durante la Revolución
Sexual?" Dian nos cuenta así algunas de sus
vivencias como Dómina en la vida nocturna neoyorquina de los años setenta.
No se pueden imaginar como era la comunidad dedicada en la Nueva York de 1977 a la industria del erotismo. Entonces sí que vivíamos como las pornógrafas que éramos. Las fiestas eran maravillosas y muy perversas, los clubes eróticos nos daban entrada gratis y allá en 1978 abrió el primer club sadomasoquista con local propio. Como muchas otras, yo empecé yendo al viejo Hellfire Club....
Mistress Mistress!!!..empezaba a sonar, nada más cruzábamos la puerta. Las mujeres entrábamos sin pagar y siempre estábamos superadas en número por los ansiosos machos suplicantes. Mistress..puedo invitarle una bebida? nos suplicaban. Y a quien no le gusta que le inviten un trago? Mistress necesita un chico para la limpieza? y te ponian en la mano una tarjeta en la que se listaban sus habilidades caseras. Para cuando acababa la noche, tenías un montón de tarjetas, algunas profesionalmente hechas, de los servicios que ofrecían los sumisos. Mistress..desea sentarse? y te traían una silla o el sumiso se ofrecía él mismo como mobiliario vivo....
En ese club también tuve mi introducción al sexo del pie. Un patético anciano, con un taparrabos y un collar de cuero fue el primero en preguntarme: Puedo adorar sus pies, Mistress? Eso ocurrió en mi primera visita y me había estado siguiendo desde que había entrado, veinte minutos babeando mientras miraba mis pies metidos dentro de unas sandalias de altos tacones. Mis compañeras me animaron a dejarle hacer y yo, francamente, sentía curiosidad......Y aunque jamás lo hubiera tenido en cuenta como compañero de cama, el estar allí sorbiendo una bebida y hablando con mis amigas mientras él me lamía los pies, me resultó tremendamente excitante. Después de esto, tanto mis amigas como yo siempre consideramos el servicio a nuestros pies como una cosa normal en las noches que íbamos de clubes. Es lo más cerca que jamás haya estado de esa decadencia que se les supone a la nobleza de la antigua Roma. Algunas noches mis pies eran mimados por cinco o seis hombres y lamidos por tres o cuatro. Y todo ello sin una auténtica interacción verbal.....
Admito
que éramos unas Dóminas muy vagas, que aceptábamos las bebidas, las tarjetas de
servicios, los masajes y la adoración y no dando casi nada a cambio; pero donde
puede un hombre, hoy en día, saborear los pies de mujeres desconocidas y vivir
sus fantasías al precio de unos pocos tragos? Tambien creo que éramos más
auténticas que la mayoría pues estábamos motivadas por nuestros propios deseos
y no interpretábamos una escena coreografiada por el sumiso para su solo
placer....
La columna adopta en los párrafos siguientes un aire nostálgico. Con el fin de los años setenta, la cocaína se vuelve una rutina en el mundo de las discotecas neoyorquinas. El glamour de la adoración fetichista le cede el lugar al SM cada vez más duro y agresivo. Dian cuenta que ella y su grupo de amigas dejaron de ir a los clubes cuando el consumo de drogas se volvió moneda corriente sumado al abuso en prácticas cada vez mas extremas. El golpe de gracia llegó cuando el SIDA se volvió pandemia y la mayoría de los clubes de sexo debieron cerrar sus puertas. De todas formas, cuando quienes manejan un club nocturno pierden el rumbo y se olvidan de privilegiar el confort y la satisfacción de las damas, sólo es cuestión de tiempo para que les llegue la inexorable sentencia de cierre. El negocio de la noche siempre ha sido un territorio extremadamente sexista.
Estoy
contenta de haber experimentado los años setenta y de haber sobrevivido para
poder contar estas historias. Y lamento que no pudieran haber estado allí,
cuando a las mujeres les gustaban tanto los fetiches como les gustan a ustedes.
Dian Hanson
Fuente: Tacones Altos N° 48, septiembre
1998.