El fauno, también llamado sátiro, es una figura mitológica, mezcla de hombre y cabra, poseedor de una inagotable potencia sexual, que participaba en el séquito de Dionisos, dios del vino y las orgías. Al dios lo acompañaban también algunas mujeres que eran llamadas ménades. En el fauno y en las ménades habitaba una naturaleza sin control que los empujaba al goce de los placeres pero representaban mucho más que eso. Estaban presentes en la mitología como un recordatorio de que el puro deseo sexual es una poderosa fuerza dadora de vida que debe ser canalizada por la sociedad para evitar excesos pero que no puede ni debe ser reprimida por completo.
En la tradición cultural de Occidente, el paradigma fáunico puede ser definido en contraposición al paradigma amoroso monogámico que es sostenido y promovido desde la Iglesia y el Estado como la única forma de validar el sexo. En cambio, para el paradigma fáunico, el apetito sexual es la razón del eros, del deseo en el encuentro íntimo entre personas. Operando desde la clandestinidad durante siglos hasta salir a la luz con la modernidad del siglo XX, el paradigma fáunico ha sido y es una expresión fiel de la naturaleza sexual humana en estado puro.
Desde su propio nombre, el paradigma fáunico invoca la tradición pagana y orgiástica de las antiguas Grecia y Roma. Es obvio que el cristianismo triunfante en la Edad Media va a enmudecer casi por completo al paradigma fáunico durante siglos enteros. Su representación más común es el Satanás con cuernos que susurra al oído toda clase de tentaciones que nos apartan del camino correcto. No en vano se le otorgaba al Maligno una figura similar al sátiro griego.
El fauno es un carácter casi siempre masculino y se lo identifica con un constante deseo por la hembra, con erecciones infatigables y cópulas violentas. Es muy raro que se nos recuerde a las ménades como contrapartes femeninas. Si todo el paradigma fáunico ha sido combatido por inmoral durante siglos, es lógico que su costado femenino haya sido invisibilizado casi por completo.
El paradigma fáunico en la mujer ha sido descripto como ninfomanía, un término más propio de la ciencia médica y psicoanalítica que una descripción de la realidad sexual femenina. La literatura apenas si la ha rozado salvo contadas excepciones; quizás Mme. de Saint Ange, en La filosofía del Tocador, una obra maestra de Sade, sea el más perfecto y conocido ejemplo de mujer sádica y fáunica a la vez. Otro ejemplo al que me quiero referir, menos conocido pero muy interesante, es el de Alfred Jarry.
Alfred Jarry fue un escritor francés de fines del siglo XIX y principio del XX. Dramaturgo, poeta y novelista, fue uno de los constructores del teatro del absurdo y junto a otros de su generación incubó lo que después serían las corrientes revolucionarias del surrealismo y el dadaísmo. En su novela erótica El Supermacho, Jarry utiliza el término en forma muy diferente del concepto filosófico del superhombre nietzcheano. El supermacho de Jarry es un fauno clásico llamado André, que se camufla bajo el aspecto de un ciudadano de su tiempo, marcado por el capitalismo y la revolución industrial y se revela como una máquina cuasihumana que debe cumplir con un rendimiento preestablecido. Como parte de una serie de competiciones en donde su capacidad atlética va a ser puesta a prueba, André se propone copular setenta veces consecutivas en veinticuatro horas para lo que requiere los servicios de siete prostitutas.
Jarry exhibe el paradigma fáunico sin velos y con absoluta impudicia: lo que se propone es un torneo del acto sexual en donde se pone a prueba el poder sexual del fauno sin que medie ninguna justificación amorosa. El desafío inicial se trastoca al presentarse Ellen, una chica norteamericana que exige ser ella sola quien asista al supermacho en sus setenta cópulas. Lo interesante es que Ellen asegura El supermacho debe existir puesto que una mujer lo desea. El fauno es el Amante Absoluto con el que ella siempre ha fantaseado. En este punto de la novela, el fauno deja de ser el supermacho capaz de atender sexualmente a toda mujer existente para convertirse en el ejecutor ideal de un insaciable deseo femenino que nadie puede controlar. La superhembra se hace realidad. La puesta a prueba de la potencia del fauno se convierte en un desafío mucho más complejo porque ahora debe enfrentarse a una ménade que quiere, que exige, ser cogida setenta veces seguidas.
Al finalizar aquella especie de gangbang con una única pareja participante, André cree que Ellen ha muerto. Las mujeres jamás mueren por demasiado sexo es una de las frases burlonas que Jarry pone en boca de un espectador. En realidad, no sólo Ellen se repone perfectamente sino que se enamora de su galán de setenta polvos. Pero al estilo de Romeo y Julieta, él la cree muerta y se somete a la voluntad del padre de ella que lo odia y termina matándolo haciéndolo participar en otro retorcido experimento. Como en Sade, también en Alfred Jarry no hay compatibilidad posible entre el paradigma fáunico y el amor.
Existen las mujeres fáunicas en nuestro civilizado mundo de hoy? Podríamos sin saberlo estar conversando con una Ellen en la fila del supermercado? Alguna vez he sido testigo en discotecas swingers de Buenos Aires de noches de gangbang en donde las chicas (mujeres o travestis) devoraban virilidades a diestra y siniestra durante horas, casi sin parar. Alguna vez fui yo una de esas mujeres y me divertí mucho haciéndolo. Para la tranquilidad general de la sociedad, podemos hacer creer, conviene hacer creer, que las mujeres fáunicas no existimos.
Pero que las hay, las hay.
Extraído de:
Alfred Jarry; El Supermacho
Ercole Lissardi; La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet
Como siempre muy interesante ,superlativo
ResponderEliminaratentos saludos
Comm
Muchas gracias, Commendattore!
EliminarVaya que las hay, gracias a Dios!! o al diablo, que mas da!!!
ResponderEliminarSomos diablesas gerita.
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