A principios de la década de los noventa, Estados
Unidos y Europa atravesaron uno de esos revivals que cada tanto remueve desde
sus cimientos el mundo de la moda. Y así fue como de pronto, sin aviso alguno,
explotó un Big Bang de las botas. Vogue declaró que 1993 era el Año de las Botas
y se las usaba en una amplia gama de estilos, hasta la rodilla, por encima de
la rodilla, en puntas o redondeadas, cortas al tobillo, con cordones o con
cremallera y con tacones de todas las alturas y las formas. El diseñador top,
la nave insignia de este paraíso para los fetichistas fue Gianni
Versace.
Gianni amaba con locura a las mujeres y no quería verlas grises. Quería que expresaran su personalidad dijo en una entrevista reciente su hermana y heredera Donatella. Sobre los primeros años difíciles de Versace en Milán, agregó: Allí estaban las damas tan perfectas de la alta sociedad y Gianni fue muy criticado. Le decían que hacía ropa para prostitutas. Yo le decía que no se preocupara, porque la verdad es que hacía ropa para mujeres que no tenían miedo de su propia femineidad. La historia dice que Gianni nació en 1946 en Reggio Calabria y desde muy joven se familiarizó con la moda gracias al negocio de costura de su madre. Tras estudiar arquitectura, decidió dedicarse a la moda, se mudó a Milán en 1972 y trabajó en muchas marcas antes de fundar la suya propia, donde las botas y el cuero ya estaban dando vueltas por su mente inquieta.
Estudiar una de aquellas botas de Versace equivale a analizar una obra maestra: sus proporciones son las exactas para acentuar y exagerar el ideal del cuerpo de la mujer. La bota Versace es tan agresivamente femenina desde el diseño de la caña hasta los tacones pasando por las puntas afiladas, que borra cualquier rastro de las primitivas botas masculinas militares de las guerras napoleónicas que las mistresses victorianas inglesas se calzaban para jugar al gender playing con sus sissificados y aristocráticos clientes. Combinadas junto a las minifaldas o minivestidos, les daban a las modelos un aire de invencibles cazadoras de una junga urbana.
Gianni Versace creía en el glamour permanente, en una mujer endiosada aún en lo cotidiano. Cuando su estilo se hizo ver, y no había forma de no verlo, las reacciones fueron encendidas, tanto a favor como en contra. Era sin dudas alegre, desinhibido y sexy pero tambien se lo tachaba de aparatoso y vulgar dado que Versace tomaba prestados referencias de la cultura pop y de las heroínas de los comics sin pudor alguno. En un momento en que la clásica elegancia femenina comenzaba a parecer vetusta y pasada de moda, los desfiles y las tiendas de Versace eran un estallido de color y sensualidad, con las botas destacando su potencial erótico en primer plano.
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Linda |
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Naomí |
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Stephanie, Cindy, Linda, Karen y Claudia |
Las botas eran parte de un concepto festivo mucho más amplio: la colección de Versace Otoño/Invierno de Milán de 1991 dio origen al desfile como espectáculo emocionante que tan bien conocemos hoy. Ese momento marcó la primera gran fusión de la moda con las celebridades y si a alguien se le puede culpar por esto, probablemente sea a Gianni Versace. Y no sólo por su talento de diseñador y sus hábiles campañas de marketing que lo pusieron en la cresta de la ola sino porque las colecciones y los shows de Versace son inseparables del recuerdo de aquel poker de ases de la pasarela que conformaban Naomí, Cindy, Claudia y Linda (no se necesita recordar sus apellidos) junto a Helena Christensen, Karen Mulder, Christy Turlington, Eva Herzigova, Carla Bruni, Yasmeen Ghauri y Stephanie Seymour: una escuadra imbatible de amazonas de la pasarela y los medios que más de treinta años después sigue dando de qué hablar y generando millones de vistas en YouTube.
Décadas atrás, las botas femeninas se consideraban un símbolo de rebeldía y agresividad, un antídoto contra la femineidad clásica algo aburrida del New Look. Este resurgimiento noventoso se vinculó con otro mensaje, muy consustanciado con su época y a la vez novedoso: la visibilidad del BDSM a través de la moda. Versace apostaba al negro brillante en botas y corsettes, con un diseño inspirado en la cultura Femdom y leather pero lo intercalaba con prendas de colores brillantes, insinuando a una dominatriz en cada paso, pero con un estilo risueño y divertido. Llevé el negro, pero lo mezclé con rojo, amarillo, verde y naranja; todos los colores combinan bien con el negro. El mío es un negro muy, muy alegre. Contemporáneo de los videos más provocadores de Madonna (Justify my love, Erótica, Human nature) y de su libro Sex, los desfiles de Versace rescataban al fetichismo y al bondage de las catacumbas y las mazmorras del sexo pervertido y los asociaban con el brillo de las supermodelos que poblaban sus desfiles, al ritmo de la música de las estrellas del pop. El ambiente es de felicidad; es moderno, está vivo, es un regalo para las mujeres, declaraba Versace al finalizar uno de sus desfiles. Un regalo y un legado que sigue vivo y que trascendió largamente a la vida de su genial creador.
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