Te confieso que nunca me interesaron los castigos.
Sé que nunca acepté ni aceptaré ser la servidora de un masoquista, castigándolo para que él goce.
Sé que nunca acepté ni aceptaré dedicarme a la domesticación de un sumiso. Si Mi Presencia no basta para rendirlo a mis pies, no me sirve. No voy a trabajar para él.
Sé que soy fervorosa creyente del poder de lo suave frente al poder del castigo. Lo suave como síntesis y exaltación de lo femenino. Entonces, te propongo una vuelta hacia lo primigenio, un “back to the basics” hacia el estilo de aquellas Divas que nunca necesitaron dar órdenes ni azotar para que los hombres (no digo sumisos, digo hombres) estuvieran a merced de sus deseos.
Esas Divas nunca salían a la calle sin guantes.
Las manos femeninas son pequeñas. No tienen la fuerza de un hombre. Podemos ser frágiles, vulnerables. Sin embargo, el poder de nuestras pinzas acariciadoras son capaces de rendir al más rústico y fornido de los machos y volverlo un ser dócil dedicado sólo a cumplir nuestros deseos.
Los guantes son largos, más allá de nuestros codos. Ideales para feminizar brazos y acelerar pulsaciones. Me gusta sentirme Hembra, dibujando en el aire con mis enguantadas garras.
Mistress Roxy
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