Cuentan que la anécdota va de
boca en boca y cuando me encuentro con mis amigas Amas en reuniones o fiestas,
a veces me veo obligada a relatarla porque quieren oírla de primera fuente. Confieso
que recuerdo muy poco de lo puntual, de las exactas palabras enunciadas en la
ocasión. Los detalles pueden haber sido modificados aunque trataré de ser,
como siempre, lo más leal posible a los hechos vividos.
En el año 2009, adquirí una fusta de equitación, de las que se usan para salto, en la famosa
talabartería porteña Cardón. Es una preciosa
y elegante herramienta flexible, esbelta, muy similar a la que luce
Madonna en la coreografía inicial del Confessions Tour cuando sale a escena caracterizada como una amazona. Una fusta
que no estaba destinada por su diseño a ser utilizada como objeto fetish, pero
igual terminó en mis manos una tarde de lluvia, después de haberle insistido
con éxito a la vendedora a desarmar un aparte de la ecuestre vidriera
para complacerme. La singularidad Femdom no siempre tiene las puertas abiertas
y a veces es necesario fingir y simular, como en este caso, cuando debí
presentarme como una falsa pariente de un jinete o un polista para evitar demasiadas
preguntas técnicas.
Asi fue como, con la mitad del
mango de la larga fusta asomando por el costado de mi attaché, llegamos con mi
sumiso marido a la Casona de la calle Yatay, por entonces el templo del sado
porteño. Esa noche, para la fiesta ya programada, no elegí el habitual negro
fetish sino que me jugué por todos los excesos en el leopard print, desde las botas altas hasta la falda y el abrigo.
Como era mi costumbre en aquellas fiestas, intenté por todas las formas
posibles salir del pacato ambiente ferretero de la técnica bedesemera para
encender el aire con femeninas seducciones, jugueteos lésbicos, adoraciones
fetichistas y dulce sadismo. Años después de todo aquello, puedo confesar que
muchas veces me faltó la imprescindible compañía femenina para coronar mis
intentos. A pesar de todo, estoy segura que valió la pena.
Las tres salas del lugar estaban
cargadas de artefactos propios de técnicas sadomasoquistas; nunca me
interesaron demasiado salvo una silla negra de alto respaldo claveteada con
tachas plateadas que asemejaba un trono. Allí solía sentarme rodeada de sumisos
espontáneos a quienes solía convocar a mis sesiones. Me gustaba jugar con
ellos, humillarlos con gracia pero sin herirlos, obligarlos a
lamer mi fusta y mis botas y si la ocasión lo ameritaba, compartir su sumisión
con otras Amas para diversión de todas. Lo mejor de la noche se daba si
encontraba a una partenaire sumisa femenina para elevarla al rango de mi princesa y así establecer jerarquías
de sumisión reservando para los varones el último y más bajo lugar: el de mudos
y arrodillados testigos de mi pagana
devoción por los placeres de Safo.
Las miradas curiosas desde el
gran patio de la casona eran inevitables, muchos solían agolparse en la puerta, atraídos por
lo que veían pero sin cruzar el umbral. Algunos se atrevían a ingresar para usar los
elementos de flagelación que colgaban de las paredes. Nunca faltaba algún
desubicado que mediante chistes o burlas pretendía calmar sus nervios ante la
exhibición de poder femenino que evidentemente lo incomodaba. Las mujeres lo
ignorábamos: sabíamos que era parte del precio a pagar por ser libres y gozar de
nuestro sadismo que siempre estuvo por fuera del reglamento.
Hablar desde afuera es una cosa:
invadir la sesión es otra muy diferente. En un momento particular de aquella
noche, yo era la única mujer dominante en esa sala. Estaba como siempre mi
marido sumiso a un costado y dos sumisos más en actitud de adoración. Un
individuo ya conocido por su deseo irrefrenable de conseguir toda la atención
posible y un grupo que lo seguía como líder (tres o cuatro personas, no más)
comenzaron a mi lado con una ruidosa sesión. Uno de los sumisos que estaba a
mis pies, adorándome, tuvo que moverse porque lo estaban molestando con su
constante ir y venir por la sala buscando vaya a saber que tipo de palmeta o flogger que aparentemente no podían
encontrar.
Siempre me gustó relacionar a mi sexualidad
con un revivir de la diosa pagana sado y sensual, una libertina
sacerdotisa del Marqués. Ese destino es el que me seduce y me inspira, lejos de
la burocrática misión, tan propia del BDSM organizado, de ser la propietaria de
un territorio con súbditos bajo mi voluntad; un territorio que forzosamente debe
limitar con un feudo vecino que tiene a su vez sus propios habitantes. Pero en
ese momento, cuando sentí que mi espacio era invadido y mis adoradores estaban
siendo molestados, me puse de pie, me arreglé la melena en forma de hacerla más
vaporosa, leónica y salvaje, tomé aire, empuñé mi fusta nueva cual monárquico
cetro y marqué en toda su longitud un semicírculo en el aire a mi alrededor, sentenciando
en voz alta. Este es Mi Territorio. Lo
que yo haga y hagan mis esclavos lo decido yo y nadie puede entrar ni
hablar sin mi permiso.
Me obedecieron de mala gana,
murmuraron un rato y finalmente, se retiraron. Hubo testigos y mi actitud fue
criticada durante varios días en una página de Internet dedicada al BDSM en la
que yo participaba. El comentario general fue que yo había actuado creyéndome
la dueña de la sala. Tenían razón. Fue Mi primer desafío….y no sería el último.
Mmm...me acuerdo de esas noches en donde conocí tus ojos..tu pelo..tu piel..ay!!!cuanta noche para revivir semejantes placeres madrina de mi cuento sensual y sado...donde no soy princesa ni tu mi adoración solo un hada madrina que aflora mis encantos..sino mi malefica y yo una simple reina malvada d los cuentos con mas q un final feliz...sino un final orgásmico salido de los cuentos de mi creador...sade...t amo..ya sabes quien soy...;)
ResponderEliminarSí, mi bella Dian, la reina del sado argentino. La mas sadica, la mas sensual, la mas femenina.
Eliminarsu proceder es siempre el de una reina
ResponderEliminarEstoy segura de que sus sumisos la adoraron aun mas desde aquel momento Mistress y alguno de aquellos tontitos seguro que en su interior se fue envidiandoles.
ResponderEliminarla envidia, gerita, la envidia es tan humana, desgraciadamente. Los sumisos son muy envidiados.
EliminarBonito recuerdo.
ResponderEliminarY seguro que se fueron por miedo. De no haberlo hecho habrían terminado subyugados ante tus poderes mágicos...