En
esta cuarentena abúlica y desgraciada, donde el insomnio nos maltrata en especial a las que aún no queremos resignar la esperanza de volver a vivir un mundo de besos,
caricias y lujuriosos aprietes, los sueños me descubren recuerdos de aquellas
noches plenas de glamour, las noches en donde yo me entregaba al placer trajeada en
purpurina, cuero y lycra. Aquellas historias carretean en mi memoria de forma fugaz,
clandestina y lujuriosamente
perturbadora y a veces me asaltan en la medianoche sin que yo pueda hacer nada para evitarlo.
Y
así fue como una noche en particular, yo desesperé. No en aquella forma que
explicaba una guionista de la revista argenta Para
Ti cuando se refería a las mujeres infelices por falta de hombre como las Mujeres
Desesperadas o a las country - suburbanas aburridas de la serie Desperate Housewives. Mi
desesperación tomó rápidamente la forma de un fetiche en particular. Me
desperté desesperada por mi maridaje con unos guantes negros largos operagloves
de lycra que recordaba haber adquirido hace un par de años en Londres, en el
mercado de Camdem Town. Me atrevería a decir que homologaba mi sensación con la
de mi querida amiga sissy Gerita que tituló su blog Desesperadamente loquita, aunque
mi pasión nocturna podrá titularse desesperadamente enguantadora.
Quise
volver a dormirme, pero no pude. Tuve que levantarme y a media luz, corrí hacia
mi vestidor. Ya era pasada la medianoche pero no podía más. Asalté con urgencia
mi propio cajón de guantes glamorosos, siempre perfectamente ordenado por mi
pulcra sissy Isabelle (a veces es Isabelle, a veces es cheshirecat según sean mis
gustos en cada oportunidad) y los acaricié adictivamente: primero oliéndolos, luego
mordiéndolos con los labios retorcidos y conteniendo en mi ser todo el
esplendor de la suavidad de la lycra sedosa y el oscuro color negro azabache que
siempre relaciono con el resplandor de la nocturnidad. Con los guantes en la
mano, miré hacia la cama y sin dudar, encaré hacia mi sissy que al dormir no
parecía demasiado femenina pero debía serlo.
Fue
amor a primera vista en aquella mañana londinense. Todo lo cosmopolita, lo gótico,
lo vintage, lo steampunk parecía haberse dado cita en aquel mercado de Camden.
Me recuerdo paseando del brazo de mi cheshirecat, curioseando cual Alice de
Lewis Carrol, buscando algo que me buscaba también a mí. Me
refiero a esos objetos fetiche que más que una etiqueta comercial parecen tener bordada nuestra firma. Estos guantes estaban colocados en un maniquí cuya poca gracia los
resaltaba aún más. Me enamoré de ellos a primera vista. Ni pregunté su precio, ni siquiera me importó
si eran usados. Llamé al gato sumiso pagador y cheshirecat, que conoce mis
mañas, pagó inmediatamente. Ni siquiera
me los probé. Sabía que eran míos y que me estaban esperando desde hace mucho tiempo.
El puesto del mercado de Camden Town donde compré los guantes |
En
la penumbra de la noche, le demandé al dormido gato marido y sissy ocasional que
se despierte y ponga las manos como para recibir un regalo. Sentándose en la
cama medio dormido, obedeció y al ver mis intenciones, se despertó del todo.
Con la luz apagada para imaginar la femineidad que le faltaba al resto de su
aspecto, le forré sus brazos con los guantes londinenses y le exigí
con cero oposición de su parte, a que me acaricie como si él fuera una ella y
yo, su amante lesbiana. Que me toquetee. Que me masturbe. Que me penetre. Que se
meta entre mis piernas para una deliciosa cunnilingus mientras me acaricia con los guantes. Que se chupe los dedos con mis olores. Ella enloqueció. Se enamoró
otra vez de mí como aquella mañana en Camden, como hace tantas noches durante
veinte enguantados años juntos.
El
aburrimiento de la cuarentena mutó esa noche en contacto y manoseo. El tedioso y frío insomnio se transformó en ardor. Convertida en muñeca sexual, fui
acariciada hasta el climax para vivir lo que un objeto fetichista es capaz de
provocarnos a las adoradoras de la sensualidad. Luego de satisfacernos, me bebí un
buen trago de indiantonic, como suelo hacer después del sexo y bailé en mis
recuerdos con las vendedoras góticas de Camden Town, con Rita Hayworth enguantada
en Gilda y con alguna sexy travesti callejera de la que me enamoré en alguna noche. Y todo fue gracias a la magia de un
par de operagloves.
Me encanta tu blog guapi!
ResponderEliminarMuchas gracias Sandra! Regalame mas comentarios
EliminarYa volveremos, Roxy. Y seremos mejores, mas perversos.
ResponderEliminarEspero leer mas relatos de Bruno y Mia
EliminarMistress Roxy, solo puedo agradecerle enormemente ser citada en su maravilloso blog, es para mi un honor y sobretodo una alegria, porque su blog me hace disfrutar de todas las formas posibles. Gracias de nuevo y solamente decir que sus sissies son muy muy afortunadas. Besos.
ResponderEliminarBesotes con rouge para vos, mi querida sissy
EliminarAdoro esa magia que siempre sabes darle a cada objeto fetish... Y tu manera de transformar una realidad tan gris creando nuevas anécdotas de goce.
ResponderEliminarComo siempre, estoy acá, leyendo y disfrutandote.
Sevraine, me da mucha alegria que me leas y que lo disfrutes. Comentarios como los tuyos me alientan a seguir adelante con este blog
EliminarQue linda anecdota, Señora. Adhiero a todos estos comentarios que me anteceden.
ResponderEliminarMuchas gracias , sissy
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