Madrugada. Emerjo del pantano. El corsette que había estrenado esa noche ya está impregnado de una mezcla de mi perfume nocturno favorito, Delicious Night de Donna Karan New York más transpiraciones feromónicas. Las botas están brillosas de tanto lustre impúdico. Rimmel corrido, medias almizcladas y rotas, lencería empapada, cabellera enredada, la gargantilla de cuero aun conserva rastros de semen, un guante busca su par en otro bolsillo del clutch. Me espera una ducha bendita.
Mientras cae la lluvia artificial sobre Mi piel que parece mutar, siento que el vapor arrastra parte del goce sexual, el banquete de mi noche de vampiresa junto a mis cachorros carnívoros. Sonrío, lagrimeo, hablo sola, imito las voces y los tonos de voz que he escuchado, tarareo el estribillo más bizarro y pegadizo que me tocó sufrir para no salir del trance, rujo, suspiro, respiro con mis pulmones y rujo otra vez.
He vivido el pantano nocturno a fondo. Si fuera norteamericana, mi noche sería en el Bayou del Mississippi, en Nueva Orleans.
Salgo del baño, huelo a shampoo y jabón. Mudo de piel y me envuelvo en una bata. Veo a uno de mis hijos dormir, agrego agua al plato de las mascotas. Bebo el agua tónica que está helada. Suspiro de paz al notar que la vianda que había preparado ha sido consumida. Acomodo los perfumes del toilette. Apago las luces del jardín. Verifico que haya pan para el desayuno. Me acuesto descalza en el lecho que mi fiel escudero ya había preparado con esmero, previo a mi correría nocturna. Al dormir, mi proceso vital se reduce al mínimo y al despertar, verifico que mi mutación ha sido completa.
Soy ama de casa de una familia numerosa. Vivo en una casona con mis hijos y con perros y gatos recuperados de la calle. Soy la que hace las compras y vive el pulso de la inflación. Asisto a eventos comunes, fiestas de colegios, reuniones de padres, organización de las giras del club de hockey. Acompaño a mis familiares a las consultas médicas. Tengo mil cosas en la cabeza. Sé que ropa está planchada y cual no. Controlo las diferentes variables domésticas. Soy casi eficiente en todo lo que hago, cosas de muy diferentes rubros. Respiro el perfume de mi jardín, de los aromas que cocino, de la piel al abrazar a los que amo. Cocino variado, puedo reparar una estufa, plantar tomatinos, andar en bici, darle una lección a un adolescente, hacer un cheque, coordinar un evento infantil, conectar un DVD player y lavar los almohadones.
Cada día que comienza en Mi historia cotidiana es distinto. La disfruto. La padezco. La conservo. La cambio. La busco. Me encuentra. Domino. Despliego un toque más de femineidad entre mis congéneres. Coqueteo siempre porque siempre encuentro un adulto macho que me mira con algún diablillo en su intención. Piropeo a las hembras y les gusta. Parece que tienen una intuición que me saben sensual. Pero soy impiadosa con las boludas. Si, lo admito, no me banco la boludez, la falta de autoestima, la represión mental ni el llanto perdedor en seres ováricos.
Tengo alegrías, disgustos, rituales y realizaciones en ambos hábitats. Los valores son los mismos. Los amigos son distintos pero las amistades que cultivo tienen la misma intensidad.
Con la misma lapicera que escribo una autorización para que mi hijo asista a una excursión, escribo los borradores de este blog. La lógica, la letra y la pasión son las mismas. En ambos sitios, me muevo con toda comodidad y habilidad. Aprendo. Observo. Aventuro. Hago lo que sé hacer. Me arriesgo sin arriesgar a los demás, yo asumo los riesgos. Así como mis pulmones respiran amor, mis branquias también. Soy poderosa y vulnerable. Y soy feliz. Soy fea hasta la belleza. Soy mala hasta la solidaridad. Y caminando por las dos vidas salto charcos cuando me aburro, me sacio, me maltratan, me río, me canso, me abusan, me mienten. Salto el charco y otra vez la metamorfosis.
El secreto vital de mi vida anfibia es ser independiente. No dejarme llevar ni por la comunidad terrestre ni por la del pantano. Sé que ambas tienen reglas y protocolos. Yo no los obedezco. No pienso desatarme de este lado para entregarme, mansita, a que me aten allá. Sé que mi libertad me exige, en ambos territorios, un comportamiento responsable que es el que me da acceso a una real libertad de acción, palabra y omisión.
Hoy a la noche puedo asistir a una fiesta sado. O a un boliche swinger. O a una partuza en casa de una amiga. Cambio el pulso. Mi conciencia no se modifica pero hay un switch de mimetización con la Señora del Bayou. Dentro de un rato el carnaval, el Mardi Gras Sado comienza y me veo rodeada de culebras, batracios, peces babosos, cocodrilos, renacuajos, luciérnagas. Todos, todos los colores, los aromas, todos los seres pantanosos y paganos que recorren un hábitat sexual que requiere de un alto grado de adaptación para sobrevivir.
No soy una vainilla que se camufla en el pantano pero tampoco soy un reptil camuflado en la ciudad. Porque también soy vainilla. Ese hábitat también me alberga y en él me adapto perfectamente. Mi vocación anfibia me permite esa adaptación, ese entrar y salir acá y allá con total naturalidad y espontaneidad y vivir adaptada en dos terrenos que son, a priori, de pulso incompatible. En lo cotidiano soy protectora, refugio y contención. En el Bayou soy avasallante, vampiresa y corazonada. Mi esencia es la misma, soy siempre Dominante porque soy en esta única vida, la misma persona con el mismo temperamento.
No creo en un equilibrio entre un lado oscuro y lado luminoso. No hay en mí una doble vida. Vivo y me adapto a dos nichos ecológicos diferentes. Me ubico en cada espacio, en cada tiempo y vivo ese espacio y ese tiempo intensamente.
Porque yo soy Una.
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Poison Ivy |