Entre las nieblas de Escocia, sus lagos, las montañas y los verdes valles, habita una raza especial de mujeres. Fueron ellas, las celtas nórdicas escocesas, pura sangre celta y corazón valiente de las Highlands, las que me provocaron un impulso de fuerza erótica muy distinto al que venía acostumbrada durante mi planetario tour por Gran Bretaña en julio pasado. Hablan un inglés muy distinto, van sonrientes y decididas, muchas de ellas son góticas y a la vez pelirrojas, una combinación exótica de rara elegancia y desborde de vigor sado femenino.
A plena luz del dia, sobre Princes Street, la avenida principal de Edimburgo, frente al antiguo y famoso Edinburgh Castle, se encuentra una de las sucursales escocesas de Ann Summers, como una perla de placer que refulge entre las tiendas y los negocios para turistas.
Ingreso al local después de haber tomado una foto del maniquí de la vidriera, una muñeca encorsetada con aires de burlesque, emergiendo sin pudor alguno. Para mi sorpresa, no me recibe ese típico ambiente sórdido machista - sexshoppinero. No tiene aspecto de ferretería ortopédica, llena de objetos extraños y falos de diversos tamaños. Todo allí es sensualidad sado - femenina, es Eros y Masoch, es Afrodita copulando con Sade. St Andrews desde la cruz del deseo.
Sus estanterías, percheros y misteriosos cajoncitos derraman para mi vista acharoladas prendas de lencería, recargadas de cordones, detalles de botonería y plumíferos accesorios. La música ambiental es burlesque jazzera y la iluminacion aunque tenue me anarcotiza y relaja. Cada objeto tiene uno de muestra, cada muestra tiene precio y descripción. Los colores que me envuelven son negro, diversos tonos de rosa, rojo, la gama completa de lilas y violetas y algo de blanco en tules y plumas. En todos los talles. No exagero si afirmo que cada uno de los productos debería estar en el closet de cualquier mujer adulta, más allá de su inclinación sexual. Ann Summers es un botiquín de amor sexual.
Pero hay algo en el ambiente que Me incomoda, lo admito. Después de unos minutos, descubro la causa. Entre los trajes, disfraces o costumes, la mayoría son aquellos que tienen alto contenido femenino típicamente sumiso, para ambientar la fiestita masculina. La azafata, la enfermera, la mucama, la colegiala, la chofer, la policia, etc. Los examino detalladamente; la calidad y el diseño son excelentes, muy superiores a lo que estoy acostumbrada cuando recorro nuestros locales dedicados a ese rubro. Entonces me pongo un poco mal. No puedo con tanta feromona dom martillándome en las sienes y me dirijo a una de las amuñecadas vendedoras: Excuse me, have you got any female - vampire, or cat woman or gothic queen costume?
Con una dulce sonrisa muy comprensiva, me responde: I´m afraid we haven´t Madam, pero Usted habla español, soy Colombiana, en que puedo ayudarla?
Confieso que el saber que esa vendedora hablaba mi idioma familiar, me sentí en algo cohibida y quizás investigada por estar en aquellos lares en donde nació Arthur Conan Doyle. Cuan libres nos solemos sentir cuando viajamos, lejos de los juzgados sociales a que estamos acostumbradas. Sentí como si alguien me hubiera descubierto en mi privacidad, una sensación que había bajado desde Princes Street a la menos liberal Buenos Aires. Así que no me salió palabra sobre mi fetiche y mi sadismo erótico. Sólo tomé lo que más deseaba que eran unas medias de latex acordonadas en la zona posterior, una fusta muy bella con forma de corazón valentine calado y un costume de mafiosa (era lo más osado para mi estilo, así me pareció). Me apuré a salir ya que la otra parte de la familia estaba esperando en el hotel.
Las vikingas seguían comprando en las tiendas como si fuera el fin del mundo. Algunas compraban en Ann Summers. Mi dominado marido pagó y así me fui con mi compra escondida aunque siempre es difícil esconder una fusta. Como nunca me aguanto demasiado tiempo sin estrenar lo nuevo y no tenía demasiadas ganas para una salida nocturna en una ciudad casi desconocida, busqué la forma de llevarme un souvenir de la ciudad pelirroja. Esa noche en Edimburgo, a mi dominado marido, le llegó la mafia enfundada en fetish hosery, y al ir al breakfast dijo tener unas marquitas con formas de corazón en sus nalgas. No necesitó (tampoco nos gusta beber alcohol) probar el célebre scottish whisky para ver maravillas....
Me llevo un gran recuerdo de esa tierra de valientes y de sus Big Beautiful Girls, sucesoras de Mary Stuart, tan blancas, tan pelirrojas. Ladies of their castles, tan sádicas en sus cabellos, tan sensuales en la blancura de su piel, tan femeninas en las curvas de sus generosos cuerpos. Wish I were there. Prometo que volveré.