Bill Ward nació en 1919, en Brooklyn, Nueva York y murió en 1998. Fue uno de los más célebres dibujantes de comics eróticos durante las décadas medias del siglo XX. En 1944, durante su estadía en el ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, Bill creó a Torchy, una chica de físico deslumbrante y deliciosa ingenuidad que lo lanzaría a la fama y sería una de las promotoras del estereotipo de la rubia bimbo que tanto se difundiría en los Estados Unidos en los años siguientes.
Hacia 1950, la industria del comic convencional estaba declinando y fue entonces que Ward comenzó a trabajar en sus pretty girl gag cartoons. Las telephone girls que ilustran esta entrada de mi Magazine corresponden a sus trabajos de esa época, posteriores a Torchy. Para muchos esta época es la cumbre de Ward como artista de trazo fino; posteriormente, trabajaría en la naciente industria pornográfica y sus diseños de mujeres sádicas se volverían mucho más violentos pero a la vez menos sensuales, menos sofisticados y chispeantes. Pero no son sus crueles flageladoras las que más me excitaron sino las telephone girls. Elegantes putas amuñecadas, de largas pestañas, transparente lencería y altos tacones recostadas en chaise longues y divanes, derrochando lujo y sensualidad, envueltas en estolas de visón, fumando con largos guantes de satén y finas boquillas, desparramando la más estereotipada e insolente seducción junto a un cínico sentido del humor en sus frases que hoy, en estos tiempos tan correctos y progresistas, sería ferozmente condenado por sexista.
A más de cincuenta años de distancia, todavía Bill Ward y sus girls siguen atrayendo a legiones de nuevos admiradores, entre los cuales me incluyo. No creo que la única razón sea la belleza fetish de sus trazos. Me inclino a sostener que la verdadera causa de su vigencia es más sutil y a la vez más perturbadora. Pareciera que a estas burbujeantes chicas que hablan por teléfono con sus amantes, sólo les interesa divertirse y aprovecharse de los hombres utilizando las armas de su femenina seducción, exhibiendo explícitamente su pertenencia a un mundo erótico de placeres y goces. Un mundo en donde la protagonista actúa siguiendo únicamente sus deseos, sin culpas ni justificaciones. Un mundo en donde no hay rastros de éticas ajenas. Un mundo sado, sensual y femenino.
Gracias por todo lo que nos diste, Bill. Por la belleza de tu obra y también
por ayudarnos a encontrar un camino.