Algunas
prendas de vestir se han transformado en fetiches que parecen llevar consigo
derechos de autor. Así es como se habla de los guantes negros a la Rita
Hayworth o del catsuit como el de Gatúbela. Pero a veces ese copyright intuitivo no
corresponde a una diva o a un personaje sino a un diseñador. Si de lo que se
habla es de un par de botas blancas de media caña que suelen combinarse con un
minivestido o una minifalda, de lo que estamos hablando es de un par de botas Courrèges.
Nacido en
1923 y piloto de combate durante la Segunda Guerra Mundial, André Courrèges comenzó
a trabajar en París después de la guerra en la casa Balenciaga. En 1961 lanzó junto
a su esposa su propia maison y en 1965 presentó en París una colección innovadora
que rompería con todo lo visto hasta entonces.
La propuesta de Courrèges incluía botas blancas y grandes gafas de sol como accesorios complementarios de diseños atrevidos, con una fuerte tendencia a las líneas geométricas que jugaban sobre el cuerpo de sus modelos. Nunca antes se había visto algo parecido. El estilo de ropa femenina
que Courrèges proponía era vistoso, renovador, otorgaba una gran libertad de movimientos a la mujer y a la
vez creaba una nueva y atrevida sensualidad. Su propuesta tuvo un efecto instantáneo:
en cuestión de meses, toda la parte femenina y joven del mundo occidental comenzó a
vestir y a interesarse cada vez más en esa nueva moda tan atractiva que
irrumpía desde las revistas, el cine y
los shows de televisión.


Contemporáneo
de Mary Quant, las colecciones de Courrèges siempre incluían a desinhibidas chicas en minifalda. Quien de los
dos fue el primero en subir las faldas bien arriba de la rodilla; esa es una
discusión que nunca llegará a zanjarse por completo. André siempre reivindicó
la minifalda como una creación suya, denunciando que Quant se había limitado a
comercializarla con éxito aprovechándo astutamente el ambiente rockanrolero y
revolucionario que rodeaba a su local de King's Road en Chelsea.
De las
calles, las botas saltaron a la dance floor. Las botas Courrèges fueron
rebautizadas go-go boots, porque así se llamaban las discotecas de moda de los sesentas. La primera de ellas fue el legendario Whiskey a Go Go, en el Sunset Strip de Los Angeles. Las chicas bailaban y se divertían en minifalda y botas blancas, luciendo piernas y botas a
la vez. Había nacido la bota fashion tal cual la conocemos hoy. Rápidamente
comenzaron a aparecer nuevos diseños, nuevos tacones, nuevos colores y nuevas
texturas para satisfacer los deseos de las nuevas mujeres. Nancy Sinatra, Diana Rigg y Brigitte Bardot serían sus mejores embajadoras.
En las
décadas anteriores, la bota era un calzado utilitario con fines militares, para
tareas rurales o los días de lluvia. No había diferencia entre las botas de
hombres y las de mujeres, las botas parecían no tener sexo. La aparición de la femenina bota de Courrèges lo cambió todo. André no sólo innovó en los diseños sino
también en los materiales. Fue un pionero en el trabajo con polímeros, como el vinilo y el spandex. El uso del plástico permitió abaratar los costos
de fabricación y volvió a las botas más accesibles a todas las que quisieran
usarlas. Las nuevas botas formaron parte de una revolución que promovió una moda mucho más democrática. Subterráneamente, también contribuyeron al quiebre generacional entre las chicas que las calzaban y sus madres, apegadas al zapato conservador de la posguerra. Las botas Courrèges fueron, junto a
la minifalda y los discos de los Rolling Stones, un canto a la libertad.

Ya pasó un
año desde el último enero, que será por siempre recordado como el mes en que
perdimos a David Bowie. En ese mismo enero, casi que pasó desapercibida la
partida de otro genio de la creación y la vanguardia. André Courrèges murió el
siete de enero de 2016 a los noventa y dos años, después de treinta años de
lucha contra el cruel mal de Parkinson. Las damas fetichistas que hoy amamos andar de botas por la vida y nos gusta elegir un bello par de nuestra colección para vivir una noche especial, no debemos olvidarnos, al subir el cierre o al pisar firme sobre los tacones, que hoy podemos gozar de nuestro fetiche porque André, hace más de cincuenta años, se atrevió a soñarlo y tuvo el talento para hacerlo realidad.