Como corolario de la columna que hace unos meses publiqué en mi página, redactada por Vicente Battista, sobre las Cincuenta sombras de Grey, hoy quiero compartir estas reflexiones de Verónica Chiaravalli, que arriesga un paralelismo entre dicha novela y la legendaria Historia de O.
La serie de novelas sobre la pasión de la joven Anastasia Steele y el millonario Christian Grey (Cincuenta sombras de Grey, Cincuenta sombras más oscuras, Cincuenta sombras liberadas , títulos que, desde su publicación encabezan listas de best sellers en el mundo) propicia la evocación de un texto paradigmático de la literatura erótica del siglo XX, firmado por Pauline Réage: Historia de O. Su heroína es un antecedente trágico del personaje de Anastasia, y condensa todos los peligros que E. L. James, autora de Grey, evita a sus lectores.
Como la de Anastasia, la parábola de O también consiste en un viaje de iniciación en el terreno de una sexualidad desconocida, de la mano del hombre que ama. Pero así como en O el viaje del cuerpo hacia la sumisión absoluta implica una puesta en abismo del alma, en Grey el juego de amo y esclava que propone la trama se reduce a la anécdota erótica, más o menos picante. En ambos casos la relación de dominio y sumisión se organiza en torno al consentimiento, pero sólo O muestra el problema de la aquiescencia en su dimensión metafísica.
Mientras que Anastasia, antes de iniciar la relación con Grey, considera un contrato con cláusulas que puede discutir, a O se le exige que consienta por anticipado todo lo que va a ocurrirle, sin conocerlo. Lo que se le pide, en definitiva, es un acto de fe movido por el amor ("y amándolo como lo amaba, ella no podía sino amar todo aquello que viniese de él"). Anastasia, contrato de por medio, adquiere, no digamos una mercancía, pero sí un objeto: una relación novedosa y excitante que puede dar por terminada al cabo del período de prueba estipulado. O, en cambio, enfrenta un destino. Y con el destino no se negocia: se lo acepta o no, y cualquiera sea la decisión, se paga el precio.
El lector de Grey se convierte así en el espectador de un juego sin consecuencias. Pero detrás de la silueta fresca de Anastasia, acecha la sombra terrible de O, el cuerpo de la mujer sagrada, que ha dejado de ser humano. La naturaleza verdaderamente mortífera del juego, que en Grey se oculta, es llevada en O hasta su extremo, destructivo o redentor, según lo que cada quien crea que trae la muerte. Sin velos protectores, O arranca al lector de la pasividad voyeurística que Grey le consiente, y lo obliga a interpelar los fundamentos de su vida individual y social al poner en cuestión las fuentes de la autoridad y la justicia, la legitimidad de sus ejecutores, la razonabilidad de las normas que nos regulan. Y sobre todo, la inocencia del amor.
Dice Jean Paulhan en el prólogo de O: "La palabra amor y la palabra libertad se contradicen. El amor es depender -y no sólo para el placer, para la existencia misma y para las ganas mismas de existir- de una y mil cosas extrañas: de unos labios, de un hombro, de unos ojos, en definitiva, de todo un cuerpo ajeno, con el espíritu o el alma que lo habite, de un cuerpo que, a cada instante, puede hacerse más deslumbrante que el sol o más helado que una llanura nevada".
Verónica Chiaravalli,