No me gusta programar en demasía una salida de sexo. Imagino la cara de la
noche lujuriosa recién en el primer momento en que me empiezo a vestir para el
combate. Nunca antes. Me harta recordar a tanta gente especuladora que demanda conocer todos los
detalles previos por temor al fracaso, como si para una noche de sexo se necesitara
de la aprobación de una party planner.
Nadie puede asegurarse una erección ni un orgasmo por anticipado. Las aventuras
sexuales humanas con desconocidos o con parejas eventuales no están garantidas
como la entrada a un concierto, la cena a la luz de las velas o la platea a un
match deportivo. La cacería sexual tiene otra dimensión de objetivo. El no ya lo tengo asegurado. Ahora voy por
la gloria del sí.
Noche fría y húmeda de otoño en Buenos Aires. Noche de miércoles, mitad de
semana, inseguridad callejera y crisis económica (todas adversidades de las que
la noche suele ser un buen termómetro). Me quedaría en casa donde estoy tan a
gusto si no fuera porque me excita la perspectiva del safari erótico que pienso
llevar a cabo. El premio bien vale la pena. Y allí estoy, dejando mi abrigo en el
guardarropas de Class. Hoy es Noche de Linternas. Una señorita me
entrega una linternita y un número para un sorteo.
Me presento junto a mi esclavo - marido a una chica crossdresser, ella muy
preciosa en su arreglo y en su conversación. Se llama Patricia. Es dueña
de una sonrisa y de un cruce de piernas que me revelan una femineidad
exquisita. Se excita con mis botas rojas charoladas, yo me caliento con su
minifalda de terciopelo, sus medias negras finas, sus tacos altos. Me presenta
a otra de sus amigas. Son duquesas. Conversar con ellas, compartir sus correrías nocturnas y contarles algo de
las mías ya me pone en modo lésbico on.
Un show de strippers interrumpe mi ensueño; al finalizar, nuestra anfitriona
Mariela, una de las madres de la noche
swinger porteña, nos anuncia los sorteos y las actividades de la discoteca.
La sensación es la de siempre. En los boliches swinger de Argentina hay que esperar la terminación del show para
encontrar partenaires de sexo en los reservados. Antes del show, parece que no
se puede. Pero después, la testosterona ebulle y los hombres solos rodean a las
señoritas crossdressers que coquetean
y se exhiben como putitas en un harén. El juego se basa en buscarse con la luz
de las linternas en medio de la penumbra. Es una de esas noches en donde la
mirada de tanto macho alzado empieza por abrumarme. De pronto, casi por arte de
magia, como si un rayo de luna abriera un claro del bosque, la veo. Una mujer, casi asustada, refugiada en
los brazos de su canoso marido que trata de consolarla sin éxito. La veo
hermosa, creo que va por sus avanzados treinta, cuidada figura, rasgos maquillados
y aniñados, morocha de muy sexy pelo corto. Me acerco y la encaro, de mujer a
mujer. Tan clara y directa es mi propuesta que ella parece no entender y se
esconde aún más. Yo, cuando huelo el temor en una mujer, me sobreeexcito, sobre
todo si él tampoco entiende de qué va a ir la cosa. Estos temas se suelen
arreglar entre hombres. Pero el hombre que debería estar consensuando con él está
a mi lado, esclavizado, inmóvil y
silencioso. Sólo mira hacia los costados para buscar algún reservado libre,
adonde pienso llevar a mi presa. Me lo señala con su gesto acostumbrado y
entonces la tomo de la mano y comienzo a caminar hacia allá mientras ellos
siguen contándome sus reglas, ansiosos por explicarme lo que no voy a
escuchar.
Conozco a mi muñeca porque casi todas las presas principiantes de Mistress Roxy (mujer, travesti o marido
y mujer) han dicho lo mismo, palabras más, palabras menos. Me divierte cuando
intentan averiguar adonde voy a llevarlos, a veces ni yo misma lo sé. Empiezo
por desnudarla parcialmente, cual virgen en luna de miel. La abrazo, la
estimulo, la toco ahí, donde nos
gusta tocarnos a las hembras humanas, con la misma intensidad con que nos
estimulamos las hembras humanas. Me hace la salvedad más erótica de la noche; me
ronronea un No soy agresiva, soy muy pasiva, no sé estar con una mujer como vos,
quiero seguir siendo mujer. La monto, la beso, la abordo de todas las
formas posibles. Exploto dos veces en sus brazos y entre sus piernas con la misma
calentura experimentada tantas veces entre mujeres, la misma que me atacaba de
adolescente cuando escuchaba a Madonna haciendo Papa don't preach. Y cuando la hermosa termina de darme todo lo que
yo necesitaba para gozar, la dejo de la mano de su sorprendido marido que por
su cara parecía haberse ganado la lotería de año nuevo. Me levanto entre medio
de una ronda de pajeros voyeuristas, petrificados ante la contemplación de
tanto espectáculo pagano. Paso por el baño a acomodarme, reparto besitos entre
las chicas cross y emprendo la
retirada hacia el hogar vainilla donde sigue la fiesta, o mejor dicho, empieza
la otra fiesta.
Al día siguiente sigo con mi rutina de ama de casa y madre, como
seguramente lo habrá hecho mi presa desconocida. Encuentro en un bolsillo de mi
cartera la linternita que jamás usé. Quizás pronto olvide sus rostros y sus
nombres pero quiero dejar por escrito el recuerdo de aquella noche, soñando con
una época en donde lo vivido no sea una excepción sino una costumbre tan lujuriosa como sado, tan lésbica
como sensual, tan bella como femenina.
QUE BUEN RELATO !!!!!!!!!!!!! HERMOSA SITUACION DE PLACER VIVIDA
ResponderEliminarUF qué gusto leerte Mistress Roxy.
ResponderEliminarDe verdad existe esa discoteca... Yo quiero ir!!
Besos ya sus pies.
excitante relato Roxy, muy bueno
ResponderEliminarQue relato tan estimulante Mistress, se percibe tanta feminidad...Besos
ResponderEliminarGracias gerita, gracias macklanova. La femineidad se huele, se siente, se GOZA
ResponderEliminarTengo guardadas algunas de esas linternitas..:-)
ResponderEliminarYo también
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