lunes, 28 de octubre de 2019

London sissies. Petticoat discipline





   En el siglo XIX, Inglaterra era una potencia imperial que creía haber heredado el grandioso destino de la antigua Roma; dominar y civilizar el mundo. Su sociedad evolucionaba rápidamente hacia la modernidad pero al mismo tiempo conservaba un rígido sistema de clases basado en títulos hereditarios de ancestral nobleza. La educación que recibían los jóvenes hijos de la clase dominante abarcaba los conocimientos técnicos más avanzados de la época en el marco de un riguroso sistema disciplinario imprescindible para que aquellos muchachos destinados a gobernar un imperio aprendieran en primer lugar a dominarse a sí mismos soportando toda clase de castigos y restricciones.

   Cuando un master tenía problemas de disciplina en el aula, solía recurrir a alumnos de grados superiores, elevados al cargo de celadores, para aplicar castigos corporales a los rebeldes. Una vasta bibliografía, que fue posteriormente usada como evidencia para abolir ese sistema punitivo, relata muchos episodios en donde colegiales casi niños eran sometidos a castigos cargados de crudo sadismo y brutal rigor. Pero en aquella disciplina no todo eran azotes y varas. Algunos celadores comprendían que los golpes podían templar los ánimos de los castigados, endurecerlos y convertirlos en héroes para el resto del alumnado. Un método de castigo mucho más sádico (y efectivo) era vestirlos con ropa de mujer y obligarlos a realizar tareas que por entonces eran únicamente femeninas, y por consiguiente muy humillantes para aquellos hombrecitos. Así fue como nació la petticoat discipline, la disciplina en enaguas, también llamada pinaforing.

   La sexualización de todo ese sistema de castigo y represión terminó haciendo de la Londres victoriana la cuna del Femdom moderno. A escondidas del puritanismo imperante en sus hogares y en los ámbitos sociales propios de la upper class, aquellos chicos ya convertidos en hombres visitaban a las flageladoras victorianas del Soho y el East End para ofrecer sus nalgas y revivir la excitación de aquellos azotes que habían significado su iniciación sexual. De igual manera que los castigos corporales en los colegios plantaron la semilla del arte del spanking, la humillante petticoat discipline degeneró rápidamente en el placer perverso del sissismo. 

   El nombre Sissy es un diminutivo de de Elizabeth pero sissy con su connotación sexual deriva de sister. La sissy era la hermanita menor y por eso le correspondía vestirse y comportarse como una niña. Muy pronto, relatos y dibujos con fantasías de petticoat discipline y forced feminization comenzaron a ocupar grandes espacios en las publicaciones pornográficas británicas de aquellos tiempos. Las dominatrices comenzaron a ampliar sus guardarropas femeninos para satisfacer la demanda de aquellos gentlemen que buscaban ansiosos un ámbito discreto para satisfacer sus fantasías de vestirse como colegialas para recibir regaños y burlas de parte de una mujer adulta. Una variante particularmente perversa de la fantasía sissy que sigue muy vigente es que la dominante sissificadora es una hermana mayor, una tía o hasta la misma madre.





   Los antecedentes de la petticoat discipline como cultura sexual se hallaban escondidas en las mollyhouses del bajo Londres, a las que me he referido en esta columna. Las mollyhouses no eran otra cosa que prostíbulos en donde los clientes practicaban asiduamente lo que hoy llamaríamos cambio de roles. Las sesiones de travestismo no ocurrían sólo entre prostituta y cliente sino que abarcaban toda una subcomunidad homosexual en donde las mollies imitaban las vestimentas y modales de las mujeres de la época. 

   Aquella sissy petticoated es muy diferente de la fantasía sissy actual. La sissy de hoy suele ser una princesa mariquita que goza comportándose como una puta por decisión propia sin que haya forzamiento alguno. Tampoco guarda relación, ni hace falta decirlo, con la crossdresser que busca mimetizarse con las mujeres en ámbitos públicos, alejada de cualquier situación sexual. 

   La petticoat discipline vive hoy en el hombre sumiso que necesita travestirse para sufrir - gozar de una situación de humillación ante una mujer dominante que lo obliga a convertirse una mímica de lo femenino, a una sobreactuación. No pretende sentirse una mujer sexy porque lo que resalta en la petticoated sissy es lo exageradamente afeminado hasta el ridículo de los vestiditos y manerismos que no son  propios de mujeres sexuadas adultas. Para reproducir las conductas de aquella sissy victoriana del siglo XIX, resulta fundamental:


  • El uso de uniformes que resalten sumisión o infantilismo (colegiala, mucama, vestidos rosados de niña). 
  • La ritualización de comportamientos femeninos que hoy son anticuados. 
  • Vivir el carácter forzado del afeminamiento como un castigo, una humillación que es imprescindible para el goce sexual. 





    El lugar para quien desea revivir hoy a la sissy victoriana está escondido entre los rituales más ocultos de algunas comunidades BDSM cuyas dominatrices entienden muy bien de qué se trata este viejo asunto escolar y saben manejarlo a la perfección, a través de un diálogo humillante y cruel, divirtiéndose a expensas de una pobre sissy sometida y ridiculizada. 

   Las modernas corrientes feministas detestan este tipo de fantasías sissies sosteniendo que refuerzan estereotipos femeninos de sumisión mientras que las actuales comunidades LGTB alrededor del mundo que se presumen a sí mismas como muy abiertas y amplias, suelen rechazar las fantasías de la petticoat discipline y hasta prohiben el uso de la palabra sissy por considerarla un insulto discriminatorio. Los viejos masters anglosajones les estarían muy agradecidos. 






domingo, 20 de octubre de 2019

Botas altas. Estética y poder.







   Conversando una vez sobre moda femenina con amigas que conocen mi pasión por las botas, me han preguntado, intrigadas, como fue que las botas ganaron el reconocimiento como el más sexy de todos los calzados femeninos posibles. De esa conversación y de muchas otras similares, extraje estas tres preguntas que pueden resumir todas las inquietudes que el fetiche de las botas provoca.

  • Son las botas altas sexies por sí mismas, por el efecto visual que provocan?
  • Somos las mujeres que las usamos las que las convertimos en accesorios de seducción porque al calzarlas sentimos que crecemos en confianza y poder?
  • Somos nada más que un reflejo de la mirada fetichista masculina y retroalimentamos el fetiche usándolas en los momentos apropiados, cuando queremos vestirnos para matar?

   Una teoría que suele circular en algunos sitios web fetichistas afirma que la relación chica con botas = chica sexy se debe al éxito del film Pretty Woman, de 1990, en donde Julia Roberts encarna a una puta callejera de Los Angeles que usa botas altas de vinilo negro.  Durante toda la primera parte de Pretty Woman, la cámara se regodea con las botas en primer plano, incluyendo detalles típicamente fetichistas como la subida del cierre previo a una salida nocturna. No quedan dudas que para Vivian, el personaje que interpreta Julia Roberts, las botas son parte inseparable de un look de vestirse de puta, como su minifalda de spandex celeste y la peluca rubia. Cuando Richard Gere la conduce a un hotel de lujo, las miradas de desaprobación que Vivian recibe por su aspecto van dirigidas en primer lugar a sus botas. Ya en la habitación, la asociación botas - puta se refuerza cuando Vivian saca los preservativos de adentro de una de sus botas. 









La modelo y performer trans Cassandra Cass 
lookeada a la Vivian de Pretty Woman




   En círculos fetichistas. se ha bautizado como el efecto Vivian a esta asociación que une a las botas femeninas con la intención de vestirse de puta para el sexo. Hace unos años, escribí esta columna refiriéndome a ese prejuicio y su conexión con las escenas de Pretty Woman

   Quienes sostienen que el efecto Vivian es real, quizá desconozcan que el cine muestra desde por lo menos el año 1968 a toda clase de chicas malas como prostitutas o bailarinas de cabaret, que usan botas para reforzar su atractivo sexual. Como el cine no inventa nada y sólo reproduce en la pantalla las modas de la calle, me resulta obvio que el llamado efecto Vivian no es más que un reflejo de películas y modas de épocas muy anteriores al estreno de Pretty Woman

   Hagamos entonces un poco de botología y remontémonos a los inicios del fetiche, a los recordados años sesenta, cuando nació la bota fashion.

Why boots? Because they give the best proportion in the world. Because, taken top to toe, every woman looks five-hundred times more dashing in boots than without. That's why boots (Vogue, 1967).


   Hace más de cincuenta años, en pleno apogeo de la primera ola de botas para mujeres que querían verse elegantes, Vogue daba la definición perfecta sobre el porqué de su uso asegurando que las botas le dan a tus piernas las mejores proporciones y que las mujeres lucen quinientas veces más elegantes con botas que sin ellas. Es importante observar que la opinión de Vogue carece de toda connotación sexual o fetichista. Sólo expone en palabras una lógica estética basada en los efectos visuales de un juego de proporciones en la pierna humana femenina que las divas de la época como Brigitte Bardot, Jane Fonda o Mónica Vitti manejaban a la perfección.  



Brigitte Bardot, la máxima diosa botera de los sesenta



   Bien por Vogue. Pero tanto para las mujeres que usamos botas como para los hombres fetichistas que nos adoran, está claro que en el impacto que ejercen las botas femeninas, los efectos psicológicos son mucho más importantes que cualquier opinión enunciada desde la pura estética como aquella de Vogue. Sabemos que el sexo y el calzado femenino están interconectados desde siempre a través de la fantasía y los fetiches pero si el calzado es una bota, esa conexión se vuelve mucho más poderosa. Podemos entender algo de esa conexión analizando las siguientes opiniones de dos mujeres que algo saben del tema.

   Mary Quant, diseñadora inglesa e inventora de la minifalda, dijo una vez que toda la revolucionaria moda femenina en los sesenta podía resumirse en la palabra piernas. La moda de las botas llegó junto con la minifalda y los minivestidos. Esa moda simbolizó la liberación sexual de la mujer a través de la importancia de las piernas pero a la vez provocó una mirada masculina que la fetichizó y objetivó como nunca antes. La asociación entre la imagen de la mujer en botas y el sexo libre comenzó a formar parte de la psiquis fantasiosa de millones de hombres. A partir de esos años, las imágenes de las piernas de las mujeres cubiertas por las botas han sido parte indeleble de la cultura sexual de Occidente. Quant tenía razón.

   Elizabeth Semmelhack, autora de Heights of Fashion: A History of the Elevated Shoe, combina los dos aspectos, los psicológicos y los estéticos, al sostener que mientras los zapatos llevan la mirada hacia los pies, las botas hasta el muslo enfatizan visualmente la sexualidad femenina llevando la mirada de los hombres a la entrepierna. Según Semmelhack, el fetiche de las botas de mujer no solamente trata de como se muestran las piernas sino que nos conduce directamente a la pelvis, al mismo centro de la sexualidad femenina.




Russian Fetish Queen luciendo las muy altas botas de Arollo



   Me falta decir que la bota femenina no es sólo estética y sexo. Es además un símbolo de poder. Como lo explico en esta columna referida a la bota St Laurent, si las botas eran un histórico calzado masculino relacionado con la lucha y el poder militar, con el juego del dominio y el sometimiento, las botas ganan inmediatamente una connotación de poder sexual Femdom cuando comienzan a ser usadas por las mujeres. El uso de las botas sugiere la transformación de la mujer en una guerrera erótica. 

   En su libro Fetish: Fashion, Sex & Power, la escritora Valerie Steele afirma que cuando las mujeres adoptaron las botas, se convirtieron en amazonas fálicas sexualizadas que juegan con la fantasía sexual masculina del dominio femenino. La inquietante tesis de Steele propone que a diferencia de las botitas al tobillo, tan encantadoras y sexies como inocentes, las botas altas son metáforas de los penes femeninos. Cuanto más alta sube la bota sobre el muslo, más fálica y amenazadora se vuelve, una fantasía que se refuerza con el agregado de los tacones altos, otro símbolo fálico por excelencia. La siguiente foto de Heike , The Fetish Queen, me exime de mayores comentarios.



Heike



   Confieso que esta idea es la que más me pone en modo hot. Me gusta creer que cuando me subo el cierre de mis botas para una noche de discoteca swinger, no sólo lo hago como lo hacía Vivian en Pretty Woman para sentirme más bella y atractiva. Lo que me estoy poniendo en las piernas son dos enormes vergas siempre erectas para salir a cazar en los reservados de parejas a mis bellas e indefensas princesas sumisas. Será por eso que algunas de ellas se me entregan tan mansamente sin poner objeciones; lo hacen porque entienden el juego, porque ellas también se excitan al verme tan sado, sensual, femenina y fálica.


lunes, 14 de octubre de 2019

Jessica Rabbit 2019


   El personaje de Jessica Rabbit no necesita presentación. Desde que Robert Zemeckis estrenó en 1988 su comedia Who framed Roger Rabbit?, una divertida mezcla de comedia de detectives con dibujos animados, la sexy vampiresa animada se volvió un clásico del cosplay. Jessica siempre fue mi avatar en foros y páginas de Internet y fue de los primeros dibujos que ilustraron mi recién nacido blog allá por el 2012. Esa entrada merecía años después, una continuación.

   Entre los blogs que sigo (ver la columna derecha de mi blog) hay uno especialmente dedicado a la recopilación de toda la memorabilia de Jessica Rabbit, El blog de Jessica se llama I'm not bad, haciendo referencia a su celebérrima frase I'm not bad, I'm just drawn that way que traducido puede ser No soy mala, sólo me dibujaron así, lo cual sería una perfecta definición para toda dominatriz o esposa adúltera. No somos malas, es que fuimos hechas así. 

   Recorriendo ese blog durante años, he encontrado a muchos artistas modernos que han dibujado las Jessicas más pícaras y sexies, como justificando su comportamiento de chica mala deliciosamente provocadora. Gracias a ellos y a las actrices cosplayers como las famosas Yaya Han y Cassandra Cass, Jessica sigue más vigente que nunca. 




James Mulligan


Craig Drake


Manny Hernandez



Philip Orozco

William Silvers



John Ficchi


Philip Orozco


Darren Wilson



Mike Kungl



Trevor Carlton


William Silvers


Mike Kungl


Sketch Dailies


Philip Orozco


Mike Kungl


John Ficchi



Philip Orozco

lunes, 7 de octubre de 2019

Botiquín de amor londinense






   Hace ya varios años, en los primeros tiempos de este blog, escribí una columna titulada Botiquín de amor celta. En ella relataba apenas una anécdota sobre mi experiencia de comprar lencería erótica en la tienda británica Ann Summers ubicada en el centro de Edimburgo. Además de un gusto exquisito en lencería femenina, Ann Summers se especializa en una línea muy sensual de juguetes eróticos. No tiene aspecto de ferretería ortopédica, llena de objetos extraños y falos de diversos tamaños. Sus estanterías, percheros y misteriosos cajoncitos derraman para mi vista acharoladas prendas de lencería, recargadas de cordones, detalles de botonería y plumíferos accesorios…los colores que me envuelven son negro, diversos tonos de rosa, rojo, la gama completa de lilas y violetas y algo de blanco en tules y plumas.

   En cada una de mis visitas a las islas británicas, me las arreglé para ir renovando mi ajuar de lencería y accesorios sexuales con la línea de Ann Summers. La excelente calidad y el buen gusto erótico fue confirmando año tras año aquella primera impresión cuando escribí... No exagero si afirmo que sus productos deberían estar en el closet de cualquier mujer adulta que pueda comprarlos, más allá de su inclinación sexual. Ann Summers es un botiquín de amor sexual.

   Una de las más importantes tiendas londinenses de Ann Summers está en la calle Wardour, en pleno Soho londinense, entre restaurantes étnicos, pubs y discotecas LGTB. En una de mis últimas tardes de agosto, antes de emprender mi regreso a Buenos Aires, entré a la tienda sin ningún fetiche especial para satisfacer, simplemente para curiosear. La bella sonrisa de las dos jóvenes vendedoras negras me puso inmediatamente en modo sexy on. Mientras me distraía mirando extasiada la fina corsetería que colgaba de los percheros, mi cabeza comenzaba a procesar toda clase de fantasías lésbicas en las que yo era protagonista junto a las dos chicas.

   Si bien no llevaba puesto ningún atuendo fetiche y mi aspecto no era diferente al de cualquier turista latina en el caluroso Londres de agosto, fui derecho al gabinete de los accesorios Femdom. Tomé una fusta y me acerqué a una de la vendedoras que inmediatamente me sonrió y llamó a su compañera, como entendiendo que era lo que yo quería. No recuerdo exactamente que le pregunté además del precio pero inmediatamente me dieron a entender que por supuesto sabían muy bien de que se trataba y cuales eran mis gustos en sexo. Le comenté que en otra oportunidad había llevado de otro local de Ann Summers una fusta en forma de corazón aunque casi siempre utilizaba fustas de equitación y de polo porque me gustaba el ponyplaying. Dicho esto, les señalé a mi esclavo marido que intentaba pasar inadvertido contemplando la corsetería. Las tres nos reímos y me pareció que bajo las largas pestañas, los bellos ojos de las chicas brillaron más cuando les confesé que lo que más buscaba en ese momento era algo especial para vivir momentos íntimos entre mujeres.

   Lo que siguió por unos breves minutos que me parecieron eternos fue la ilusión de jugar con dos bellas sumisas negras en pleno Soho londinense, el barrio en donde durante la época victoriana nació el Femdom tal cual lo conocemos hoy. Sin ningún reparo, la mayor de las dos fue a buscar otras fustas, las desplegó delante mío y se esmeró en explicarme las diferencias entre los distintos modelos, permitiéndome hacerlas chasquear sobre sus manos y ofreciéndome las nalgas de su amiga. Fustazo va, fustazo viene, las risas entre las tres brotaron y se expandieron cual Big Bang sado por todo el local. Después de unos ensayos y temiendo excederme en mi excitación, me decidí por un fino modelo muy femenino rematado en plumas en vez de cuero, pensado para dar caricias en lugar de azotes. Le agregué a mi compra unas medias stockings de brillante latex y algunos pares de medias de red.






   You have to pay, le ordené a mi marido que, obediente como siempre, puso la tarjeta bajo la mirada pícara y sonriente de las chicas. Las saludé arrojándoles un beso, les prometí volver pronto y ellas me desearon un feliz regreso a casa. Si hace años aquella tienda de Edimburgo fue para  un botiquín de amor celta, gracias a mis dos vendedoras de amores, me llevo de mi ultimo viaje un recuerdo muy sensual de un botiquín de amor londinense.


martes, 1 de octubre de 2019

Peter Lindbergh. Wild at heart







   Corría el año 1990 cuando el fotógrafo aleman Peter Lindbergh reunió en un desolado callejón de Brooklyn en New York a un grupo de jóvenes modelos para una serie de fotos en blanco y negro que aparecerían en Vogue. A Lindbergh le gustaba retratar en ambientes industriales y suburbanos semiabandonados, una herencia de su juventud sobrevivida en la Alemania de la posguerra. 

   Pero aquella sesión en especial marcó un antes y un después en la fotografía de moda. Las chicas que ahí estaban siendo fotografiadas vistiendo fetichistas trajes de cuero negro eran Linda Evangelista, Naomi Campbell, Cindy Crawford, Helene Christensen, Claudia Schiffer, Christy Turlington, Karen Mulder y Stephanie Seymour. Las motos Triumph y el uso del blanco y negro eran un indisimulado homenaje a Marlon Brando (basta tan solo con ver las poses tan evocativas de Helene Christensen). La ropa corría por cuenta de Chanel. Esa sesión fue conocida como Wild at heart y es considerada como el punto de partida de la era de las supermodelos que reinarían en los años noventa. 

   El documental Peter Lindbergh Women's stories, estrenado este año, recorre toda su obra, con un fuerte énfasis en la libertad que Lindbergh le daba a sus modelos para expresarse frente a la cámara. Su frase mas célebre es Todas las mujeres de mis imágenes son fuertes. Si no intentas nada extraño con ellas, se sienten cómodas y poderosas porque no tienen que defenderse. Así te lo dan todo. Toda una declaración Femdom.

   Peter Lindbergh, con su conocimiento de las luces y los ángulos, sabía retirarse tras la cámara dejándole toda la gloria a la fotografiada, limitándose a acompañarla para hacerla sentir segura y se expresara en libertad. Peter Lindbergh sabía como hacer brillar a las mujeres más bellas del planeta. Peter era su sumiso y ellas, las Amas.

   Peter Lindbergh falleció el mes pasado dejando un enorme testimonio artístico en su obra fotográfica. Su última chica de tapa fue la duquesa de Sussex, Meghan Markle. 


Para mí, la belleza reside en la valentía para ser quien eres. Me harté de ese empeño en convencer a las mujeres que deben parecer eternamente jóvenes. Hay una industria obsesionada con retocarlo todo y llenarlo de mentiras. Es un crimen.
 Peter Lindbergh (1944 - 2019)





Enero. Cindy Crawford




Febrero. Helene Christensen




Marzo. Linda Evangelista




Abril. Naomi Campbell




Mayo. Helene Christensen



Junio. Karen Mulder




Julio. Claudia Schiffer




Agosto. Helene Christensen




Septiembre. Stephanie Seymour









Octubre. Naomi Campbell



Noviembre. Helene Christensen



Diciembre

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