jueves, 3 de marzo de 2016

Delicias de Sodoma en Lesbos






   Las mujeres somos criaturas divinas y hermosas sin importar el tipo de belleza. Hasta la menos agraciada, aquella de quien menos se espera, puede convertirse en la intimidad en una hembra sensual y fogosa que es algo maravilloso o en una puta que es algo sensacional o en una puta lesbiana que es lo máximo. Las que fuimos capaces de alcanzar ese extremo del goce y la lujuria sabemos que escondemos la más valiosa carta de triunfo no en la manga sino en la lencería, no en la puerta del frente sino en la puerta del fondo. Esa misma que abrimos en las grandes noches de placer cuando la lubricamos por dentro, ansiosas por celebrar los ancestrales ritos de Sodoma.

   Una mujer de las otras, cuando está caliente y enamorada, puede dejarse hacer el culo y hasta puede llegar a disfrutarlo si está muy excitada o si existe un argumento sentimental. Por supuesto que es posible que lo haga con o sin placer incluido cuando está de por medio el dinero puesto sobre la mesa de luz. Pero sólo una auténtica puta recibiendo por el trasero, una de esas que se llaman putas de alma, representa el verdadero y condenado placer anal porque ha preferido esa opción entre dos mientras que una chica travesti sólo dispone de ese solitario agujero. 

    Las putas disfrutamos el hecho de ser cubiertas y gozadas por aquel lugar prohibido porque queremos disfrutar del sexo más sádico y salvaje. Gozamos sin compromisos, sin romances, sin promesas y sin futuro. Las putas deseamos abrirnos como flores sedientas de sexo para después sentirnos llenas, poseídas, montadas, enculadas...  

   Las otras mujeres, cuando se dejan hacer la cola, bajan la cabeza resignadas como si estuvieran en la guillotina, se encomiendan a los cielos, aprietan los dientes, cierran los ojos o miran para otro lado. Se dejan coger en silencio como verdaderas mártires... y el domingo se confiesan. Pero las putas te cogemos con el culo, sonriendo, regodeándonos, revoleando las caderas, exigiendo más y relinchando como yeguas en celo. Aunque a veces nos puede llegar a molestar un poco si la verga es grande, ahí no es cuestión de aflojar, al contrario, hay que estimular al semental bien dotado, sonreírle, relamerse y prometerle el vuelto. La otra mujer a lo sumo disfruta haciendo disfrutar, se complace complaciendo y cree que entrega su tesorito más preciado a alguien especial. En cambio las putas cortesanas de Sodoma gozamos a través de la pura sensación carnal. No reclamamos homenajes ni reconocimientos; lo único que deseamos es ser cogidas por el culo. Bien ensartadas por atrás sin importar por quien, nos sentimos en el paraíso y lo único que vale es esa deliciosa invasión, ese profundo ir y venir dentro nuestro que tanto nos hace gozar.

   Cuando lo hago con hombres, es inevitable que la eyaculación signifique el final del capítulo. Pero con otra tan puta como yo es diferente, no importa el papel protagónico del momento ni quien va primera, si es la locomotora o el vagón. Aunque estalle un orgasmo adelante o atrás o en ambos lados, la fiesta puede proseguir, las funciones se invierten o siguen en continuado. Cuando le hago el culo a una puta, me gusta frotarme contra ella para sentirla temblar mientras el strapon entra y sale con sus gritos y gemidos. Mis dedos aumentan su goce haciéndole mimos a su vagina húmeda y salen cargados de sus mieles que tanto me gusta saborear; me estiro hasta lograr besarla y así puedo llevarle a la boca su propios jugos cuando entrelazo su lengua con la mía sin dejar un solo momento de mantener en movimiento el trencito del amor. Cuando soy yo la sodomizada, me encanta abrirme las nalgas con las dos manos y sentir las de mi amante en mis caderas o deslizándose hacia arriba hasta aferrarse a mis tetas mientras no deja un solo segundo de dilatar hasta el máximo mi agujero de fuego susurrándome al oído puta, perra, princesa de Sodoma. Yo le respondo meneando el culo y echándome hacia atrás para sentirla lo más profundo posible en mis entrañas, obligando a la amazona a galoparme a los saltos hasta que caemos extenuadas de tanto placer. 

   Yo soy la yegua, ella la amazona o al revés pero ambas somos felizmente putas.







NOTA: este texto, modificado para adaptarlo a mi propio estilo y con mis propias experiencias, fue posteado en un grupo Yahoo del cual formé parte hace diez años; su nombre era Amas y Sumisas Lesbianas.  Desconozco a la autora y me gustaría mucho tener contacto con ella.

8 comentarios:

  1. Me produjiste una jodida erección que apenas puedo controlar...y dudo querer hacerlo por mucho tiempo.

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  2. Que delicia solo para pocas.....las que se atreven.

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  3. ummm, Será por eso que las mariquitas somos un poco putas no Mistress? Pero sólo un poco eh? jaja!!

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    Respuestas
    1. las sissies son las princesas putas, Nosotras somos las reinas!

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  4. A nosotras nos encanta rendirnos al placer, de la única forma que sabemos, como bien dice geri, tenemos algo de putitas jiji.
    Besoss

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