El primer intento sistemático de explicar a la flagelación no como cruel castigo sino como un poderoso estimulante de la sexualidad masculina, fue llevado a cabo por el médico alemán Johann Meibom. La obra de Meibom, publicada en 1629, reeditada y ampliada varias veces, permanece como un inestimable documento primitivo que pretende explicar como lo que hoy llamamos spanking puede generar sensaciones únicas de placer cuando se suponía que era un castigo que debía provocar todo lo contrario.
A fines del siglo XVII, las tesis de Johann Meibom sobre lo que hoy, BDSM por medio, llamaríamos el placer del spanking estaban difundidas por toda Europa y habían llegado a conocimientos de los teólogos del catolicismo. En el año 1700, en París, el abate Boileau publicó una historia sobre los usos de la flagelación y sus efectos eróticos, recogiendo la posta dejada por Meibom. A diferencia de Meibom, Boileau enfoca su crítica a la flagelación desde la óptica de las sectas flagelantes, muy comunes en el medioevo cristiano. Tras una reseña de las ideas y prácticas de estos grupos religiosos, Boileau intenta explicar que las prácticas de autoflagelación esconden en realidad una forma de búsqueda del placer que hoy podríamos llamar de masturbación masoquista. Boileau sostiene que las referencias bíblicas a la flagelación como penitencia son metáforas del castigo que no deben ser adoptadas literalmente (al contrario de lo que sostendrían un siglo después los victorianos británicos adeptos a los azotes).
Los azotes en las nalgas, la llamada disciplina baja es especialmente peligrosa dado que tiende a excitar los genitales, afirma Boileau, en la línea del pensamiento de Meibom sobre la fisiología del azote y su reflejo eréctil; por lo tanto los hombres lascivos se hacen azotar para ponerse a disposición precisa para el acto carnal. Boileau retoma los casos comentados por Meibom y le agrega un sonado caso de juicio en tribunales franceses en donde una mujer confesó que su marido sólo era capaz de alcanzar la erección si ella lo azotaba previamente.
La conclusión de la obra de Boileau es que los azotes en las nalgas y la baja espalda deben ser desaconsejados por la Iglesia como herramienta penitente o de castigo porque las consecuencias pueden ser las opuestas a las deseadas
Jean Baptiste Thiers fue el principal objetor de Boileau en aquellos años. En su réplica, Thiers valora a la flagelación como práctica educativa y penitente de uso eclesiástico y niega los fines perversos que le adjudica Boileau. Cristo, según Thiers fue el más alto exponente de la flagelación voluntaria y sus seguidores monásticos se flagelan, no para excitarse sino movidos por las puras intenciones de reprimir los desordenados vicios de la carne. En su obra Thiers no contradice las tesis fisiológicas de Meibom y Boileau sobre la relación causa – consecuencia del azote: simplemente se indigna o finge indignarse ante la mera insinuación de que existe una búsqueda de un placer perverso. No niega que la disciplina del azote puede excitar sexualmente: simplemente opina que no se debe faltar el respeto a quienes buscan la pureza mediante el castigo en las nalgas ni a quienes educan de esa forma.
Es muy probable que en el medio de su polémica ni Thiers ni Boileau conocieran la pintura La Flagelación de Cristo, del pintor catalán Lluis Borrassa. En la misma, los elementos eróticos y sádicos de la flagelación son presentados de forma harto evidente. Lo más notable de este cuadro es que Borrassa lo pintó alrededor del año 1400 y aún asombra por lo explícito de las tres imágenes: la expresión del Cristo azotado y la de sus dos torturadores.
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