viernes, 31 de mayo de 2024

Pasión fetichista

 





   Prefiero evitar reencuentros con amigas y amigovias con las que tuve en el pasado preciosas fiestas lésbicas que atesoro en mi memoria pero que no pretendo reciclar. Por alguna razón dejamos de vernos y yo miro siempre hacia adelante: lo que pasó, ya pasó y el tiempo no vuelve.

   Por una vez, tuve que hacer una excepción porque no me pude negar. Hace más de diez años que no la veía y ella me buscó por las redes sociales para invitarnos a mí y a mi esclavo marido a una fiesta de cumpleaños.

   Desde entonces, ella se ha divorciado, está con un nuevo novio, más joven que ella, sus hijos ya son adultos. No me costó para nada reconocerla ni ella a mí; las dos nos prodigamos toda clase de halagos con un brillo en las miradas que decía: si estuviéramos solas, quizás volveríamos a las andadas y las rodadas, a ser las que éramos antes, pero el ambiente familiar de la noche y su nuevo grupo de amigas impedían cualquier clase de acercamiento. Bailamos, conversamos, nos reímos, con la complicidad de mi marido esclavo como único testigo de lo que alguna vez habíamos sido.

   Te diste cuenta? me dijo él en un momento. Por fin se puso botas de taco. Ahora están las dos como a mí me gusta.

   Es que en aquellas épocas donde recorríamos reservados de discotecas swingers, tarimas de poledance y orgías sadolésbicas, ella estaba siempre con zapatos de plataforma, a diferencia de mi clásico look de dominatriz.

   Llevo casi veinticinco años a su lado como para haberme acostumbrado a que me cuente sus fantasías de sumiso pero nunca dejo de reconocerle su golpe de ojo y lo fino de su radar. Porque esa noche, bajo su mirada, estábamos calzadas casi iguales. Y éramos las únicas en botas. Por supuesto, él estaba absolutamente embobado mirándonos bailar.

   No voy a repetir lo que he escrito muchas veces acerca de la relación estímulo fetichista - respuesta de adoración que mueve las antenas de los sumisos varones, una respuesta que nace de una estética femenina. Pero a veces, yo misma me vuelvo a sorprender de la fortaleza de esa pasión fetichista. Hace más de diez años que él no nos veía bailar juntas, diez años en donde me vió hacer de todo y en todos lados. Pero esa noche ni él ni yo podíamos dejar de mirar y admirar las piernas de mi amiga, con su minifalda flameando y sus botas de cuero a la rodilla, irresistible imán de nuestras miradas.

   Llegó la hora de saludar y de irse, con la promesa de algún reencuentro, más íntimo quizás, aunque no soy de las que intenta pintar dos veces la Mona Lisa. Al saludarla, él le susurró al oído: No sabés el esfuerzo que tuve que hacer para no arrodillarme delante de todos a besarte las botas. Ella se rió, casi sin poder creerlo. Casi ninguna mujer les cree, por eso Nosotras somos tan especiales para ellos.

 





6 comentarios:

  1. Preciosa historia Mistress Roxy, cargada de mucho erotismo y feliz fetichismo. Adoro los fetichismos...

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    1. Rafael, que bueno leerte y que feliz me siento cuando comparto mis aventuras con lectores atentos

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  2. ay, Señora, esas anecdotas suyas tan reales, como me gustaria poder ser mujer para vivirlas, gracias por compartir

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